Con Mirella Freni se extingue no sólo una de las amadas sopranos del siglo XX sino un color de voz único e inconfundible, una cremosidad “a la italiana” con la dolcezza justa, jamás empalagosa, como aquella “crema” que pide Mimí en el Cafe Momus de La Boheme; esa Mimí emblemática que la acompañó durante cuatro décadas a partir de 1958, en Turín, junto a todos los Rodolfos y en especial por su “hermano de leche” y coterráneo Luciano Pavarotti, con quien formó uno de los duos mas recordados de la lírica.
A él se refería como como “Obviamente Lucianone se tragó toda la leche de nuestra nodriza”, a la que habían recurrido sus madres, trabajadoras de la factoría tabacalera de Módena. En esa vena, como no podía ser casualidad, Mirella debutó como la inocente Micaela de Carmen y así llamó a su única hija del matrimonio con el director de orquesta Leone Magiera, maestro, mentor y guía con el que estuvo casada hasta 1977.
Fue esa Mimí que le abrió la puerta grande, primero de la Scala y luego en el Met neoyorquino, en 1965. Inició entonces un romance con la audiencia metropolitana que en su primera etapa la adoró como Adina, Liú, Margarita, Juliette, Susanna, Micaela y en su regreso de 1983 como Elisabetta di Valois, Manon Lescaut, Adriana Lecouvreur, Tatyana, Alice Ford y Fedora. Esa misma audiencia que seguía adorándola cuando fue escoltada por Luciano Pavarotti y Plácido Domingo para la gala de los 25 años del Met en Lincoln Center y para el homenaje a su medio siglo de carrera y cuarenta con el teatro en el 2005.
No todos recuerdan que, en sus primeras dos décadas, Mirella Freni fue una mozartiana única, capaz de imprimirle el requerido toque peninsular a pícaras damitas llámense Zerlina en Glynbebourne junto a Joan Sutherland, o Susanna, afortunadamente testimoniada en el film de Jean Pierre Ponnelle, sin olvidar la divina Nannetta de Falstaff, personaje con el que rivalizó con otra belleza de la época, Anna Moffo que se aventuraba en las heroínas belcantistas poco propicias a Freni.
Menos temperamental, menos espectacular que otras famosas contemporáneas de su cuerda, no es necesario recordar que Mirella Freni fue un modelo de nobleza y preservación vocal que le permitió retirarse a los setenta con el mismo timbre aterciopelado de los diecinueve del debut ganándose el cariñoso mote de La Prudentissima asi como haber sido la favorita de directores como Karajan y Abbado.
En mayor o menor medida, el omnipotente Karajan fue su artífice internacional amén de su talento y flexibilidad derretido por la sinceridad y mansedumbre de la modenesa. Fue la Mimí de su célebre “parsifalización” de Bohème, la Desdémona de su película Otello con Jon Vickers así como la soberbia Madama Butterfly, a la que accedió sólo en dos grabaciones de estudio (amén del tercer acto que cantó en el Met en 1991 nunca fue Cio-Cio-San en escena).
Aprendiendo a decirle “no” cuando la instó a Tosca, Leonora y hasta Turandot, escarmentada del error al que la empujó en 1964, Violetta de Traviata en la Scala, su único sonado fracaso hoy redimido a la luz de otras tanto menos distinguidas y que ella misma se ocupó de demostrar en el Covent Garden años después. Asi fue como La Prudentissima pasó a ser “dimples of iron”.
No sólo von Karajan sino Carlos Kleiber y Claudio Abbado -sin contar con Giulini, Sinopoli, Levine, Ozawa y Muti- cayeron bajo su encanto y ductilidad. Ambos titanes le proporcionaron la merecida revancha escalígera con versiones hoy cercanas a definitivas de Otello y Simon Boccanegra escenificadas por Franco Zeffirelli y Giorgio Strehler respectivamente en 1976 y 1978 en celebración del bicentenario del teatro junto a Domingo, Luchetti, Cappuccilli y Nicolai Ghiaurov que ese mismo año se convirtió en su segundo marido.
Su matrimonio con el bajo búlgaro trajo una nueva Mirella, mas arriesgada, capaz de abordar en escena las verdianas Elisabetta, Elvira de Ernani, Leonora de Forza e incluso Aída (que antes grabó a instancias de Karajan) y en el estudio de grabación Tosca y el Trittico pucciniano o secundándolo como Margherita en Mefistofele de Boito. No obstante, el mayor logro del flamante “equipo” fue su incursión a Tchaicovsky bajo la guía del gran Boris Godunov de su época.
Los freninianos se rindieron cuando fue capaz de encarnar a una Tatyana de Eugenio Onegin, rusa hasta la médula, a la que sucederían Lisa de La dama de pique y La doncella de Orléans, con la que en 2005, un año después del fallecimiento de Ghiaurov, despidió una carrera jalonada en el último período por las añosas damas veristas Adriana Lecouvreur, Madame Sans-Gene y Fedora, para instalarse definitivamente en su ciudad natal enseñando a las nuevas generaciones.
Su legado discográfico es riquísimo, todos sus personajes en vivo o en estudio quedaron testimoniados, los mas famosos varias veces, incluso Elvira de Puritani y Mathilde de Guillermo Tell, asi como solitarias Hija del regimiento en La Fenice y Xerxes de Handel en La Scala, como también aquel espléndido divertimento Las dos ilustres rivales donde se mide con su contemporánea Renata Scotto en duos de Bellini, Mercadante y Mozart.
A poco de cumplir 85, la mas cruel de las dolencias fue desvaneciendo sus recuerdos, borrando toda memoria. Aquella Mimí ya no retornaría jamás. Hoy esa “rubia Mirella” ya es leyenda. Sebastian Spreng