MARÍA STAUDENMANN, entrevista

La escritora presenta "Lo que me hizo Fernández", su primera novela

María Staudenmann ha escrito Lo que me hizo Fernández a partir de un rayo o un exabrupto. Partiendo de ese impulso primero, la novela fue corregida y editada por su autora. “Persiste la idea del escritor como alguien que está en otro plano, apartado del ruido del mundo y de los intereses del mercado, desafectado de la coyuntura histórica, permanentemente conectado a cuestiones del espíritu, y eso no es así”. Escribir significa empoderarnos, mirar con piedad nuestros errores y hacernos dueños del propio destino.

Licenciada en Comunicación Social y estudiante de Edición en la UBA, María Staudenmann está desde 2011 a la cabeza de Qu, la revista de literatura que fundó, ya con casi nueve años de publicación en papel. Escribe narrativa y poesía. Algunos de sus textos fueron premiados en certámenes y otros publicados en antologías y medios digitales de Argentina y España. Es integrante del estudio de corrección y edición de textos Agua Ardiente.

Lo que me hizo Fernández narra el encuentro entre Campos, una escritora en plena menopausia, y Fernández, un escritor del under porteño, muchos años menor que ella. El texto recurre al erotismo y a la parodia para brindar un retrato descarnado de los personajes, al sondear esas zonas del deseo pocas veces reveladas. María Staudenmann nos habla de sus procesos de escritura, de la soledad necesaria para escribir, de sus mundos de fantasía. Advierte que no es bueno corregir obsesivamente un texto porque se corre el riesgo de eliminar “la gracia y la sangre”. Se sorprende de que muchos lectores se sientan identificados con sus personajes, aunque entiende que el ser humano, tanto en sus lecturas como en sus experiencias, siempre busca sentir empatía.

El mundo interior de los escritores es muy complejo, ¿lo ves de esta manera?
Creo que el mundo interior de todas las personas es muy complejo. Los escritores podremos tener más a mano una mayor cantidad de significantes para dar cuenta de él, pero los no escritores disponen de otras formas de expresión igualmente poderosas. Alrededor del 80% de la expresión y la comunicación es no verbal. Eso dice mucho. La gestualidad, los hábitos, las experiencias, la cotidianidad, todo eso habla tanto o más que las palabras. No sobreestimo el valor del discurso oral o escrito.

¿Qué sucede hoy con los mundillos literarios? ¿Son como sectas?
De algún modo, creo que sí. Si tenemos en cuenta que la humanidad se encuentra en un estadio posterior al de la sociedad de masas, signado por la híper fragmentación de los públicos y de los gustos y (paradójicamente) por la híper concentración de las propuestas de la cultura hegemónica (determinadas por los intereses del mundo globalizado), no es extraño que los muchos y diferentes mundillos literarios aparezcan como formaciones de resistencia. El ser humano sigue siendo tribal, y la pertenencia, con sus ritos inaugurales, sus códigos de ingreso, sus reglas de juego, es igual de importante ahora que hace mil años. En un mundo donde todo es válido y donde a la vez nada es inmutable, la identidad se torna imprescindible. La pertenencia a cualquier mundillo brinda esa rama de sauce contra la corriente, esa ancla al fondo a pesar de la marea. 

¿Ves la escritura como posibilidad de vivir otras vidas paralelas?
La escritura abre la posibilidad de vivir vidas paralelas, sí, pero no importa tanto el proceso de escritura en sí mismo como el proceso emotivo-cognitivo que te lleva a poner esas vidas paralelas en palabras. «Vivimos» otras vidas mientras las «craneamos». Es en el proceso de experimentación muda de esas otras vidas donde está la vivencia paralela. Una vez que las sentimos en carne propia, las palabras vienen solas. 

¿Te pasó de perderte mucho en una historia de ficción -propia o ajena- y creer que era real?
Nunca me creí ninguna historia de ficción (tanto las que leí como las que escribí) como real, en el sentido empírico del término; precisamente, en esa distancia entre lo ficcional y lo real está lo hermoso del asunto. La empatía es una fuerza poderosísima. ¿Por qué lloramos al ver a un anciano carenciado en el tren? Porque podemos ponernos en su lugar. La belleza y el poder de la literatura está ahí: en la alteridad, en el poder identificar lo común del ser humano incluso en lo que nos resulta totalmente diferente.

Parafraseando a Dalmiro Sáenz, Sebastián Basualdo ha dicho que Fernández es un cobarde que huye hacia adelante, ¿lo ves así?
Sí, totalmente. Pero Sebastián Basualdo tuvo que decirlo para que yo también lo pensara así. Fernández es un tipo que, cuando cierto sentimiento lo desborda, actúa desde la no-consciencia; con esto quiero decir que, cuando actúa, es auténtico, pero a la vez se traiciona. Su naturaleza cobarde lo llama a quedarse quieto, pero su deseo lo conmina a actuar. Es una maraña de contradicciones entre el deseo y cierta comodidad sufriente. Ni bien nota que está perdiendo el control, retrocede con una estrategia que se traduce en acción. Muy de obsesivo.

¿Cómo es esto de ser sola versus estar sola? ¿Es la soledad aquello que posibilita la escritura y toda creación artística?
Como bien dice Campos en la novela, ser sola es un estado fijo del ser; por el contrario, estar sola es contingente, eventual. Las personas que verdaderamente son solas no llegan a entablar lazos auténticos, lazos no narcisistas. Campos se ve a sí misma de esta forma, pero yo creo se equivoca, porque la suya es una soledad defensiva, hija del dolor. Ahora bien: fuera de los personajes de la novela, y en relación con la escritura, no creo que la soledad sea condición de la escritura. Lo que sí es condición de la escritura es la necesidad de decir.

¿María Staudenmann era de chica una niña solitaria y fantasiosa? ¿Te perdías en mundos de ficción?
Sí, fui una niña bastante solitaria y propensa a la fantasía. Sólo de grande llegué a ver que los mundos de ficción en los que me perdía eran pura evasión. Había aspectos de mi realidad que no estaban buenos, así que, como Campos en la novela, dentro de mi cabeza agarraba para otro lado. Sigo siendo así, pero con una diferencia: ahora separo claramente ambos mundos y entiendo que tengo herramientas para mejorar sustancialmente mi realidad. La escritura es una de ellas.

¿Cómo transitás los procesos de escritura y corrección? ¿Primero escribís todo de golpe y luego te sentás a corregir la novela, o vas escribiendo y corrigiendo de a partes, intercalando ambos momentos?
Una combinación de las dos cosas. Si bien soy más de escribir todo en hilo y de dejar la corrección para después, últimamente estoy haciendo «parates» en la escritura para corregir cuestiones gruesas. Esto es necesario sobre todo en novelas, donde es muy fácil cometer errores de continuidad, por ejemplo, cambiarle el nombre a algún personaje involuntariamente o hacer barbaridades con las fechas y las horas. Está bueno pararse a corregir un poco estas cosas cuando todavía tenés los detalles frescos. Si dejás absolutamente todo para el final, hay cosas que se te olvidan y entonces tenés que hacer un trabajo de detective que es muy tedioso. Corregir este tipo de errores en el medio del proceso de escritura hace mucho a favor del verosímil.

¿Cómo vivís esta imposición externa de la escritura que viene a partir del rayo o del exabrupto?
Exactamente así, como un rayo hecho de palabras que se me descarga en la cabeza, pero ordenadamente, en forma de frases o incluso de párrafos terminados. Es como las pantallas de computadora de la película Matrix, en las que se ven los datos de la Matrix «cayendo» inevitablemente en hileras verdes, luminosas. Cuando esto me pasa, es algo que me pasa: siento que yo tengo muy poco que ver. En ese momento, el rayo habla por mí.

¿Te parece que algunos escritores corrigen demasiado sus textos y pierden la esencia de lo que querían contar? ¿Hay riesgos al pulir demasiado los textos o tomar una distancia demasiado grande del texto original?
Sí y más sí. Pero el exceso de corrección no genera tanto una pérdida de poder narrativo sino de efecto. Lo que el texto demasiado corregido puede perder es «onda», es gracia, es sangre. He leído textos técnicamente intachables que sin embargo me han dejado fría. Desde ya que no hablo de ortografía y puntuación; hablo del pulido, del «mejorado» obsesivo que termina distorsionando o directamente eliminando el sentimiento inicial del autor. Lo mismo puede ocurrir con la distancia: si dejamos que un texto «descanse» demasiado tiempo, corremos el riesgo de olvidar la vivencia corporal de aquello que lo originó.

¿Con Fernández y Campos has querido generar una identificación por parte de los lectores, una cierta empatía?
No, para nada. No busqué nada más que contar esa historia, y ni siquiera busqué eso del todo. Tenía una historia que contar y la conté. Por eso, me sorprende que varias personas se hayan identificado con los personajes. Los comentarios que fui recibiendo desde que salió la novela tienen que ver sobre todo con eso, con el hecho de haber «pintado» ciertos tipos humanos reconocibles. Y lo que me alucina es que entre las figuras de Fernández y de Campos se armó una especie de Boca-River (a escala mínima, por supuesto): algunos están a favor de Campos, otros de Fernández. Sinceramente, no esperaba eso.

¿Cómo trabajás la crítica y la parodia, la ironía y el sarcasmo, en la novela?
Es mi manera de escribir, quizás porque es mi manera de representar el mundo. La parodia al famoso «mundillo literario» es más una broma que una crítica; me divirtió hablar de ciertas prácticas, valores y posturas de ese ambiente porque la verdad es que creo que los escritores no somos tan importantes. De alguna manera persiste la idea del escritor como alguien que está en otro plano, apartado del ruido del mundo y de los intereses del mercado, desafectado de la coyuntura histórica, permanentemente conectado a cuestiones del espíritu, y eso no es así.

¿De qué modo manejás los vínculos eróticos en la novela?
El verdadero exabrupto de la novela está puesto justamente ahí, en el erotismo. Es decir: el sexo, la fantasía y el deseo sexual como lugares de autenticidad. Y también de conflicto.

¿El hecho de reconocer las propias fallas o debilidades es una manera de empoderarse ante lo que hemos vivido?
No sé si es una manera, pero sí es el primer paso para empoderarnos, para hacernos dueños de nuestro pasado desde un lugar más ameno y sobre todo dueños de nuestro destino, que está determinado por las decisiones que tomamos. Reconocer nuestros puntos flacos nos permite mirar con piedad lo que hemos hecho, y también encarar lo que viene conscientes de nuestras limitaciones.

¿Qué podés decirnos de la intercalación de relatos de sueños en la novela? Es interesante tu definición de los sueños como sinceros e indiscretos y que dicen la verdad…
En los sueños, el inconsciente habla sin pelos en la lengua. Los sueños dicen la verdad; en clave, pero la dicen. Por eso, intercalar relatos de sueños me vino muy bien para completar el personaje de Campos, para terminar de contar quién es realmente. Además, los escenarios oníricos son distintos, la narrativa cambia… son paréntesis.

¿Se viene la segunda parte de la novela?
Sí. De hecho, estoy en pleno proceso de escritura de la segunda parte. Y si todo sale bien, para mediados del año que viene (o inclusive antes) ya estará bocetada. Después vendrá la corrección. Esta continuación será muy distinta de Lo que me hizo Fernández, distinta en casi todos los aspectos: el tema, el tono, los registros, el lugar desde el que se narra… Por eso, será y no será una continuación. Hubiera querido una segunda parte con todas las de la ley, pero no se dio… y como te dije antes, no es algo que elija del todo yo.

lo que me hizo fernández
Lo que me hizo Fernández
Azul Francia Editorial, 2020

(11) 3634-8314
azulfranciaeditorial@gmail.com
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