MARADONA NO EXISTE, razones y pasiones

Algunas ideas en torno del sentido de la figura del futbolista en el imaginario social

Antes de comenzar siquiera a escribir estas líneas, no dejo de preguntarme si seré yo el más indicado para hacerlo. Yo, que no comprendo la pretendida belleza del fútbol, ni mucho menos las pasiones que despierta este deporte. Y sin embargo, quizá precisamente por eso puede que esté habilitado para escribirla. Porque quienquiera que ame este deporte o se deje guiar por sus pasiones, será incapaz de abordar el tema con suficiente objetividad. Falleció Diego Armando Maradona, jugador de fútbol argentino, seguramente uno de los más conocidos internacionalmente, gracias a la inusual destreza que supo demostrar en esta disciplina mientras estuvo en actividad.

Maradona fue una figura cuestionada, amada y detestada por igual, que excedió ampliamente los límites de las noticias deportivas, para coquetear con la esfera política, la farándula y sus chismes, las tensiones sociales y hasta los títulos de las páginas policiales.

Una figura pública, en definitiva, a menudo políticamente incorrecta, que encarnó una serie de ideales más o menos amorfos, muchas veces contradictorios. Estas contradicciones tuvieron mucho que ver, sin dudas, con su carrera meteórica, que lo llevó a ascender socialmente de un entorno muy humilde a un lugar de poder caracterizado por una abundancia obscena. El cuento de Cenicienta redivivo, en un contexto de potreros y pelota muy a tono con el imaginario popular y nacional. Pero no se trata de Maradona, sino de lo que representa.

En lo personal, sinceramente, Maradona siempre me ha importado poco. Lo que me interesa es aquello que su figura ha despertado en las personas. Esa idolatrización irracional que mucha gente hizo o continúa haciendo en relación a él, que lo llevó a ocupar un lugar asimilable al de un semidiós, en un impensado Olimpo argento. Llamativa deificación profana, en cuyo marco lo sagrado curiosamente pierde sentido y se disuelve.

Sin embargo, hay que reconocer que algo en común ha tenido —y tiene— el jugador con una deidad. Y es aquí donde viene la explicación al título, ciertamente provocativo, de estas líneas: Maradona no existe. Dejó de existir como tal en el momento mismo en que la gente lo convirtió en símbolo. Y de hecho esto es parte del proceso que lo terminaría llevando a su ruina personal. Cuando a una persona se la compara con un dios, lo que se le está diciendo es que cualquier cosa que haga estará bien; porque los dioses son perfectos, están más allá del bien y del mal, y de la moral, y de cualquier cuestionamiento.

Maradona ya no existe. Pero dejó de existir mucho antes de su muerte. Lo que existen son ideales y discursos en torno de Maradona. Camisetas, banderas, fotos, láminas que remiten a Maradona. Es una enorme construcción lacaniana: allí donde algo se nombra, lo nombrado finalmente desaparece, y en su lugar queda únicamente el símbolo. Es un proceso tan sutil como brutal y salvaje, que termina fagocitando a la persona. Aquí está el nombre. La figura. El ídolo. Si detrás hubo alguna vez un ser humano, eso realmente no importa.

Por lo demás, quizá deba reconocerlo: Maradona jamás me ha caído bien. Pero no se trata de algo personal. No podría serlo pues, tal como he dicho, la persona aquí ya no existe. Ha sido borrada, enterrada debajo del símbolo que lo representa, resignificado además por la gente, que se ha apropiado de él. Semiótica pura. Se trata en todo caso de una reacción instintiva ante lo que Maradona despierta en el conjunto de la gente, esa entidad informe que algunos arbitrariamente llaman el pueblo. Acción, reacción. Cultura popular masiva. Irreflexiva.

Lo masivo: he aquí el otro eje de estos pensamientos, y el punto central de lo que en verdad es preocupante. La masificación representa, por su propia naturaleza, la suspensión de las individualidades y de las capacidades críticas. Cada sujeto se reconoce y confunde con un otro a partir de su identificación con un ideal común, encarnado en este caso en una suerte de superhombre, que puede relacionarse con lo que en psicología se conoce como líder carismático. En rigor no se trata de una persona, sino de un hito simbólico en el cual una gran cantidad de gente coincide y se reconoce.

La relación hacia ese líder referente es literalmente de amor. Y por lo tanto es ciega. Es por este motivo que la masa también representa una gratificante anulación de la capacidad crítica de quienes la integran. En este sentido, este mecanismo constituye un germen peligroso. Porque estas idolatrías tienen una raíz de naturaleza pasional que se opone a la razón. Toda racionalidad queda suspendida.

En este punto ya no estamos hablando de Diego Armando Maradona, jugador de fútbol argentino, recientemente fallecido, sino de cualquier idolatría en general. Y no está mal perder la cabeza de vez en cuando: esto sucede a menudo, por ejemplo, cada vez que uno se enamora. Pero el peligro radica en no comprender que el mecanismo que lleva a una persona a convertirse en un ídolo deportivo —casi un semidiós— es exactamente el mismo que puede aplicarse a un artista de moda, pero también a un político o un futuro mandatario.

Digámoslo entonces de una vez: allí donde la razón se retrae en pos de una pasión irreflexiva se gesta un peligro social. Porque las pasiones, al convertirse en una fuerza colectiva, suelen dejar de lado la moral. Es por eso que en las masas se desata la violencia con facilidad. Es igualmente por eso que al líder no se lo cuestiona. Las pruebas están a la vista.

Entonces ya no se trata de que uno adhiera o no a la adoración ritual del ídolo de turno. El problema es que las idolatrías en definitiva nos afectan a todos, desde el momento que aportan al capital cultural colectivo una irracionalidad que hoy se da la mano con el deporte y mañana quizás con un estado totalitario. Vale la pena insistir sobre este punto: nos guste o no admitirlo, el mecanismo es exactamente el mismo en ambos casos. La prudencia y la historia nos indican que es mejor estar atentos y prevenidos frente a estas pasiones desatadas, en lugar de aceptarlas sin más, o incluso festejarlas.  Germán A. Serain

Maradona en Wikipedia

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