El texto pergeñado por Jean Cocteau es tan atractivo como dramático. Un adolescente, feliz de haber conocido a una joven por quien ha perdido la cabeza, decide contarlo a sus padres. La airada reacción de ambos es inentendible para él. La madre tiene sus razones, y el padre también pues –entre otros detalles- la joven ha mantenido alguna que otra relación sexual con él. Alejandra Ciurlanti supo poner el toque vodevilesco para oscilar también por los caminos de la risa. Por eso la puesta en escena se torna brillante y con actuaciones memorables, que responden a los movimientos, la estética y la inflexión marcada por la directora. Hay muchos nervios, hay mucho disparate, hay mucho misterio, hay mucha gracia. También hay mucho juego, hasta en la decisión de Ciurlanti de marionetizar algunos de los personajes, como el hijo enamorado, con una destacable teatralidad que se nota, sobre todo, en su manera de hablar.
Mirta Busnelli, en el papel de la madre, totalmente drogada y sacada de quicio, ofrece una actuación colosal, entre el drama y la comedia, absolutamente desopilante. Luis Machín, como el padre, es excelente y refuerza la más cabal demostración de cómo un buen actor potencia a su personaje, sustanciándose con lo que debe representar expresivamente. Nahuel Pérez Biscayart compone un hijo impactante, feliz cuando expresa su verdadero amor, totalmente angustiado cuando siente que todo es un engaño, débil en su cuerpo, fuerte en su espíritu. Es, sin lugar a dudas, uno de nuestros jóvenes talentos.
Eli Sirlin es –una vez más- impresionante en la generación de climas con la precisa intensidad de la luz. Jorge Ferrari trabaja exquisitamente en una escenografía que en pocos cambios se transforma adecuando los espacios. ¿Continuará ahora Ciurlanti con Los hijos terribles? Sería otro desafío a partir de un ilimitado Cocteau. Martin Wullich
Se dió en El Cubo hasta mayo de 2008
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