Hubo un jugador de fútbol que no pudo conectar cuatro penales consecutivos. También un boxeador, que perdió cuatro peleas fundamentales en su historial. En otro caso, un arquero que no llegó en cuatro oportunidades a que la pelota enviada por el contrario le superara la raya de su contorno. Estuvo el tenista que perdió en el cuarto set su partido decisivo, y un equipo de polo de 40 goles que fue superado por el tiempo, el enemigo implacable, siempre invencible y triunfador sobre toda la raza humana, en definitiva, la póstuma exhalación.
El diario de la mañana nos sorprendió con un título desapacible, incontrastable y con un aire de letanía: «Pesadilla sin fin». Resumía la caída en un partido de fútbol del conjunto argentino ante el chileno, y agregaba: «Lionel Messi renuncia a la selección». Sin dudas, Lionel Messi es un fenómeno a la hora de desequilibrar todas las cosas pero, al igual que en la vida, los laboratorios también fallan, como pasó con los chicos de probeta.
El argentino más ganador de Europa volvió a perder su cuarta final mundial. El hombre de los destellos anunció que deja esa camiseta. Ni su quiebre impredecible, ni su rush final, ni su escudo catalán, ni el uniforme azulgrana, impidieron la decisión. ¡Que lástima… haber corrido y ganado tanto para perder quién sabe con quien! ¿Que diría Almafuerte, que escribió «no te des por vencido, ni aun vencido»? No es por todo, es la vida… ¡ante el renuncio!
No fue el de Diego Armando Maradona y sus cuatro penales… ¡estaba la camiseta! No fue el de Muhammad Alí y sus cuatro derrotas… ¡estaba el mejor deportista de todos lo tiempos! No fue el del Loco Gatti y los cuatro goles de Diego… ¡estaba el ángel! No fue el de Ilie Nastase y los cuatro sets… ¡estaba vivo el talento! No fue el ojo de Marcos ni la muerte de Gonzalo… ¡estaban cuatro oros de Chapaleufú! ¡No hay renuncias, ni siquiera de rodillas y ante la misma muerte! Mariano Wullich
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