FIRE SHUT UP IN MY BONES, ópera negra

El estreno de la obra de Terence Blanchard rompe con una exclusión de 138 años

La ópera parece haber sido desde siempre un terreno propicio para la polémica. Así nos remitamos a los enfrentamientos entre los seguidores de Gluck y de Puccini, o a la querella de los bufones protagonizada por Rameau y Rousseau a mediados del siglo XVIII. O que hablemos de las discusiones contemporáneas entre los tradicionalistas del género y los defensores de las puestas renovadoras, capaces de llegar a extremos tales como hacer que sea Carmen quien mate a Don José en el final de la famosa obra de Bizet. Torpe intento por darle a la obra un final acorde a las actuales militancias feministas, superado no obstante con creces -en opinión de este comentarista- por el absurdo alcanzado por la Opera de Chicago al hacer que el femicida fuese encarnado por una segunda mujer. No obstante lo dicho, reconocemos coincidir con la idea de no risk, no fun. Sin riesgos, no hay diversión. En las últimas semanas han tenido lugar nuevos debates, a partir de la apertura de la temporada del Metropolitan de Nueva York con un estreno: el de la ópera Fire Shut Up in My Bones, del trompetista y compositor Terence Blanchard.

Con un libreto de la directora de cine y actriz Kasi Lemmons, basada en el libro homónimo de Charles M. Blow, un popular columnista del New York Times, la obra aborda las memorias de su protagonista, centradas en sus penurias económicas y en un abuso sexual sufrido en su infancia, a manos de un familiar cercano. La cuestión racial, los conflictos de las clases sociales y la sexualidad son algunos de los ejes centrales del trabajo.

No vamos a hablar acerca de las cualidades o falencias de esta obra de Terence Blanchard, puesto que no la hemos visto ni escuchado. Deseamos en cambio referirnos a algunas cuestiones que se ubican en derredor de ella. Previsiblemente, algunos tradicionalistas vieron con desconfianza el hecho de que una casa como el Metropolitan abriese su temporada con una obra de un compositor contemporáneo. Que por añadidura tiene sus credenciales en el mundo del jazz, más que en el de la lírica. Hubo acusaciones de decadencia y se señalaron los grandes nombres de operistas consagrados (todos ellos hombres, blancos y fallecidos) cuyos títulos podrían haber ocupado ese lugar dentro de la temporada.

Ya en este punto nos enfrentamos a uno de los principales problemas del género operístico: el anclaje a un tiempo pasado que el público más tradicionalista se empeña en defender. Sucede que la ópera es tanto música como teatro. Es música que cuenta historias, y en la medida en que estas historias se sigan alejando de la experiencia cotidiana de sus espectadores, el género se irá aproximando lentamente a una natural extinción. Por esto resulta indispensable el surgimiento de nuevos libretistas y compositores, que aborden temáticas actuales. Aggiornar lo escrito en otros tiempos puede ser divertido, pero tanto mejor es que haya quien todavía se interese en escribir ópera.

La otra cuestión vinculada al tema que abordamos es la siguiente. La Metropolitan Opera House (o a secas el Met, para los iniciados), es una de las instituciones de música clásica más importantes de los Estados Unidos. Ubicada actualmente en el Lincoln Center de Nueva York, comenzó a funcionar en 1883 y antes de la pandemia ofrecía anualmente unas 220 funciones. El dato de color (la expresión es elegida adrede): en sus 138 años de historia, ni uno solo de los títulos presentados hasta ahora había sido de un compositor negro.

Los caminos de los conflictos raciales son a veces curiosos. Hubo fuertes críticas a medios como el New York Times, que destacaron en sus títulos la noticia del estreno de la primera ópera de un compositor negro en el Met. Algunas voces señalaron que destacar la raza del compositor era un gesto racista. Que lo importante era la calidad de la obra y no el color de piel del compositor. Y que jamás alguien hubiese señalado en un título que Verdi o Puccini eran blancos. Obviando lo evidente: que jamás Verdi o Puccini tuvieron dificultades a la hora de presentar una obra por el hecho de ser blancos. O que lo racista en este caso es el hecho de que en toda su historia previa jamás un compositor negro hubiese podido estrenar una obra en el Met. Por fortuna, esto parece comenzar a cambiar y este es un hecho histórico. Merece ser destacado incluso al margen del valor artístico y subjetivo de la obra.

Ya que estamos con el repaso histórico, quizás valga la pena señalar que algo similar vale en la tradición del Met respecto de las mujeres. Desde su creación y hasta el año 2016, la sala apenas estrenó una única ópera debida a una compositora. Y es claro que hablamos de la tradición del Met, pero que ella no es sino el reflejo de una cultura mucho más amplia. De manera que sí: un compositor negro en el Met, con una libretista mujer y además negra. Esta ha sido la bienvenida noticia. Algo está cambiando, en este caso de la mano de Yannick Nézet-Séguin como reciente titular de la histórica casa de ópera norteamericana. 

Por supuesto, el desafío es que finalmente llegue el equilibrio. Lo deseable es que en un tiempo ya no sea necesario destacar razas ni géneros a la hora de anunciar el estreno de una ópera, en ningún lugar del mundo. Porque el otro extremo, el de la discriminación inversa, también es malo, sin lugar a dudas. Esto nos lleva a recordar que en 2018 la Opera de Hungría fue centro de una polémica por representar Porgy y Bess, la famosa ópera de los hermanos Gershwin, sin artistas negros. Según el deseo del propio Gershwin, su ópera solamente puede ser representada por cantantes y actores negros. Pero en Budapest Szilveszter Ókovács, director de la Ópera Nacional Húngara, quería hacer otra cosa.

La puesta trasladaba la historia, planteada originalmente en Carolina del Sur en la década de 1930, a un centro de migrantes en Europa, respetando la letra y música de la obra. Ókovács defendió su posición señalando que en su país no hay una población negra importante, por no haber existido colonias, por lo cual la cláusula Gershwin no podía respetarse. Otros señalaron que todo fue una excusa para apoyar ciertas políticas del primer ministro nacionalista Viktor Orbán. “No quiero seguir esta imposición de los hermanos Gershwin -declaró Ókovács-. Es inviable determinar la participación de un artista en una producción sobre la base de su origen étnico o del color de su piel”, señaló el director.

Todo argumento es relativo, por supuesto. Que el Don José de Carmen deba ser hombre, y no mujer, por ejemplo, no es una cuestión sexista, sino adecuarse al argumento de la ópera. En cualquier caso, a tono con los tiempos que corren, para salir del paso Ókovács le pidió a todos los artistas participantes que firmaran un documento en el cual declararan que se identificaban a sí mismos como parcialmente afroamericanos. Evidentemente, hecha la ley, hecha la trampa. Pero más allá de las anécdotas, hay procesos de apertura que están en marcha. Y eso es lo importante.  Germán A. Serain

Se dio el sábado 23 de octubre 2021
Auditorio Fundación Beethoven
Av. Santa Fe 1452
(011) 4811-3971  4816-3224
Instagram de Fundación Beethoven

Director Musical: Yannick Nézet-Séguin
Elenco: Will Liverman, Angel Blue, Latonia Moore
Sitio Web de Terence Blanchard
Terence Blanchard en Wikipedia
Terence Blanchard en Instagram

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