Carl Orff es uno de esos compositores cuyo nombre resuena por una única obra, en este caso el magnífico oratorio profano titulado Carmina Burana, que el músico estrenó en 1937. Fue la primera parte de lo que sería su trilogía I Trionfi (Los Triunfos), que continuó en 1943 con Catulli Carmina y concluyó en 1953 con El triunfo de Afrodita. Ya el año pasado el Ensamble Lírico Orquestal, dirigido por Gustavo Codina, había encarado la producción del segundo de estos tres títulos, y ahora arrancó la temporada 2013 con un programa doble integrado por Carmina Burana y Catulli Carmina. No sería de extrañar que el proyecto fuese, en el mediano plazo, montar la trilogía completa con el añadido de El triunfo de Afrodita. La iniciativa es valiosa y bienvenida, y así lo entendió el público que colmó el Auditorio de Belgrano y aplaudió largamente, celebrando el trabajo del ensamble coral, la atractiva puesta en escena y las distintas labores solistas, que estuvieron a cargo de Sebastián Russo, Cecilia Layseca, Sebastián Angulegui y el contratenor Damián Ramírez. En la parte instrumental participaron Andrea García y Damián Roger en los pianos y el Conjunto de Percusión del Conservatorio Alberto Ginastera de Morón.
En el platillo de los méritos, es justicia destacar el enorme esfuerzo realizado por Codina y su gente para montar un espectáculo que, más allá de cualquier falla señalable, sin dudas ha sido valioso y muy meritorio. Sin aportes ni subsidios económicos de ningún tipo, la compañía brindó un espectáculo de gran calidad musical y visual, en una apuesta que pone el acento en una superación constante del conjunto, cada vez más profesionalizado. Para el resto de la temporada, el Ensamble Lírico Orquestal ya anunció la reposición de la ópera Un giorno di regno de Giuseppe Verdi, en el año del bicentenario de su nacimiento, y luego la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven.
Pero, nobleza obliga, también hay algo que señalar de la deuda que nos dejó este díptico. Es que Catulli Carmina se brindó en versión semi-stage (con puesta escénica básica de luces e intención dramática de los cantantes), cuando inicialmente se había anunciado una coreografía creada por Carlos Trunsky, repitiendo el modo en que esta misma obra se había ofrecido el año pasado en el Teatro del Globo. Si bien no se dio ninguna explicación, no resulta difícil adivinar que los atrevidos pasos de baile ideados por Trunsky, acordes al espíritu de los textos elegidos por Orff -dotados de mucho erotismo y una fuerte carga sensual-, no habrán sido del agrado de las autoridades del Auditorio de Belgrano, escenario que depende de una congregación religiosa. En todo caso, se trató de un error de estrategia que seguramente dejó a los artistas en la difícil disyuntiva de cancelar las presentaciones o modificar el planteo, lo que finalmente llevó a que el propio Trunsky decidiera retirarse del proyecto a último momento.
Como detalle curioso, este episodio se da prácticamente coincidiendo con el estreno de La consagración de la primavera de Stravinsky en París -mayo de 1913-, que también generó un escándalo no sólo por la partitura sino, sobre todo, por la atrevida coreografía que había ideado Vaslav Nijinski para la compañía de Serge Diaghilev. En este caso no hubo abucheos, gritos ni silbidos sino que, directamente, no pudo verse la obra tal como había sido concebida. El resultado igualmente fue loable, pero es una pena que a cien años de distancia el prejuicio haya vuelto a imponerse sobre el arte. Germán A. Serain
Fue el 28 de abril de 2013
Auditorio de Belgrano
Virrey Loreto 2348 – Cap.
Tal vez sea un acto de justicia mostrar algo de lo que no se pudo ver. Son algunos minutos de la coreografía de Trunsky para Catulli Carmina, según lo que sí se vio el año pasado en Teatro del Globo.
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