EL GEN ARGENTO, mucho para mejorar

Una Copa del Mundo y demasiadas contradicciones en una sociedad dividida pese a Messi

Parecía que Kylian Mbappé iba a estropear la fiesta de los 45 millones por la Copa del Mundo de fútbol. Y, tal como era de esperar, no bien Gonzalo Montiel convirtió el penal definitorio, millones de argentinos y de no argentinos salieron a festejar. El gen argento hacía eclosión. No era para menos: a los más de ciento veinte minutos de sufrimiento, hay que agregarle una serie de episodios previos que excedían los límites de lo deportivo. Un periódico estadounidense escandalizado porque el seleccionado de Lionel Scaloni no cuenta con jugadores afroamericanos, el técnico del seleccionado de Países Bajos y sus chicanas previas al choque entre su formación y la “Scaloneta”, y las extemporáneas opiniones de la estrella del equipo de Didier Deschamps sobre la supuesta superioridad del fútbol europeo parecen haber fogoneado los ánimos caldeados de una sociedad desunida para un montón de cuestiones pero aparentemente unida para ir a festejar al Obelisco.

Argentina es el país de las contradicciones. Una tierra bendecida por su diversidad de paisajes, que lo tiene todo para ser una potencia; pero que, sin embargo, cuenta con una cintura impresionante para sortear catástrofes económicas y políticas de toda calaña. Un suelo donde pisaron gentes de muchas naciones, y sin embargo criticado, con o sin razón, por muchos de los nuestros: “país invivible”, “la única salida es Ezeiza” y dichos similares resuenan en los oídos de quienes estamos hartos de los vaivenes político-económicos y de la corrupción. Los festejos del domingo 18 de diciembre pasado por la obtención del trofeo de la Copa del Mundo reflejaron la emoción contenida de millones, incluso de aquellos para quienes el fútbol no significa demasiado. Podría decirse que esas expresiones masivas son una muestra del ADN con el que estamos hechos, el gen argento. ¿Cuántas veces hemos oído relatos de argentinos maravillados por el orden y la limpieza en otros sitios o que aplaudieron el gesto de los hinchas japoneses cuando juntaban los desperdicios después de cada partido?

Sin embargo, quienes esa tarde recorrimos la avenida Corrientes intentando acercarnos al Obelisco debimos esquivar no solo las decenas de miles que iban en esa misma dirección, sino las latas de bebidas, vasos de plásticos, papeles y demás cuestiones que cubrían el pavimento. Ni qué hablar de la aparición casi de la nada cual sea monkeys de decenas de manteros con memorabilia surgida por arte de magia; uno se pregunta qué se hubiera hecho con los afiches con la imagen de Messi sosteniendo la Copa y repitiendo el famoso “¡Qué mirá, bobo!” de haber sido otro el resultado. También podríamos preguntarnos qué habilitación tendrían estos vendedores advenedizos para comerciar en la vía pública, y ni qué hablar de cuál será su situación frente al fisco. No se trata de ausencia de cestos de residuos, que los hay pero que muchos arrancaban de sus lugares vaya uno a saber para qué. No se trata de ausencia de empuje emprendedor, sino de ausencia de intenciones de hacerlo de manera organizada y cumpliendo con las normas, que para algo están. Se trata de ausencia de criterio, de ausencia de consideración al otro y a la errónea visión de que esos cestos, y muchas otras cuestiones, son gratis y no que lo pagamos entre todos con los impuestos. Se trata de un estado ausente, aunque presente para estrujar el fruto del esfuerzo de muchos.

Los argentinos tenemos muchísimas virtudes, es cierto, pero padecemos de una increíble incapacidad de aprender de nuestros errores; nuestra memoria de largo plazo nos impide capitalizar desastres  del pasado, y cual perro que vuelve al vómito, caemos en lo mismo. Lo que debió haber sido una fiesta podría haber resultado en una tragedia innecesaria cuando, cuadras antes de llegar al Obelisco y ya con millones de personas volcadas a las calles, se corrió la voz de que estaban tirando gases. A la marea humana que intentaba acercarse al Obelisco, o al menos quedarse en las cuadras cercanas, se le sumó la marea humana que venía en sentido contrario escapando del problema; muchas de estas personas, conviene mencionar, con niños pequeños e incluso con bebés. El recuerdo de Cromañón o la tragedia de la Puerta 12 fue automático. Pero lo sorprendente fue, insistimos, la ausencia del estado ciudadano en un evento de esta envergadura. Evento cuya previsibilidad no podía escapar a nadie, menos al Gobierno de la Ciudad: conociendo a los argentinos y el gen argento, era de esperar lo que sucedió una vez finalizado el partido. Sin embargo, en las cercanías del Café de los Angelitos, por ejemplo, personas de civil fungieron de agentes de tránsito para ayudar a los automovilistas a cruzar la avenida Rivadavia. ¿No pudo el Gobierno de la Ciudad pergeñar un plan para que autos y personas pudieran circular con tranquilidad?

Así las cosas en nuestro querido país. Hoy, lunes, muchos se reponen de la resaca de los festejos, que seguirán el martes (¡decretado feriado!) con la llegada del seleccionado. A partir del miércoles, seguramente, todo volverá a sus cauces normales. También el gen argento. La grieta momentáneamente zanjada con una pelota por once jugadores volverá a abrirse cuando los argentinos volvamos a la dura realidad de un país con un índice de pobreza altísimo, con una inflación y un dólar galopantes, con una sociedad dividida no solo por la política sino por ideologías satélite de aquella, con un nivel educacional que asusta. Un país en una pendiente sin remedio, excepto que paremos la pelota aunque sea unos instantes. Viviana Aubele

EL GEN ARGENTO, mucho para mejorar

Copa del Mundo en Wikipedia
La Copa del Mundo en el sitio de la FIFA

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