DANZA MACABRA, infiernos propios

Una obra oscura que nos habla de las miserias de lo humano

Danza macabra – Actúan: Antonio Grimau, Leonor Manso, Gustavo Pardi – Música e intérprete: Gustavo García Mendy – Iluminación: Marco Pastorino – Vestuario: Paula Molina – Escenografía: Rodrigo González Garillo – Dramaturgia: August Strindberg – Dirección: Analía Fedra García

 ¿Cómo será la vida de las demás personas? Todos alguna vez -al igual que los personajes de esta obra- nos hemos hecho esta pregunta. Por alguna oscura razón solemos tender a pensar que las vidas ajenas son más dichosas que las propias. Pero esto no es necesariamente así. ¿Y si tuviese razón Jean Paul Sartre cuando dice que el infierno son los otros? Sin embargo, también es posible que suceda todo lo contrario: que el infierno lo constituyamos nosotros mismos, seamos o no conscientes de ello.

De esto nos habla Danza macabra, un trabajo del dramaturgo sueco August Strindberg (1849-1912), reconocido como uno de los precursores del teatro contemporáneo. Esta versión que ofrece el Teatro Regio, dirigida Analía Fedra García, cuenta con las participaciones estelares de Leonor Manso y un diabólico Antonio Grimau. A ellos se suma un correcto Gustavo Pardi, y Gustavo García Mendy como músico en escena y figurante.

Cuando dos personas se unen, como en el caso de Alicia y Edgardo, próximos a cumplir sus bodas de plata, las dos identidades que de por sí tenían antes de conocerse (el y el yo, por decirlo de algún modo) pasan a trasmutar en una tercera: el nosotros. En efecto, la articulación entre dos personas es en ocasiones tan fuerte -sea para bien o para mal- que pasa a constituir una nueva identidad conjunta. Y cuando hace su irrupción un tercero, como es el caso de Kurt, primo de Alicia, quien tuvo la mala idea de presentarlos en su hora, la referida articulación se torna más compleja, pues comienzan a tejerse juegos perversos de alianzas y contraalianzas, atravesados por toda clase de fantasías y mentiras.

Las notas al programa de la obra nos dicen que Strindberg tuvo una vida atormentada y conflictiva. Esto se adivina a la luz de lo que manifiesta la obra, donde lo dramático se mezcla con lo absurdo, y la necesidad de los personajes de recibir amor o reconocimiento se disuelve en la angustia, el miedo a la muerte y una desdicha atravesada por un inexplicable y salvaje deseo de hacer daño al otro, acaso como el único camino visible que conduce a reafirmar aquel yo extraviado.

El resultado, empero, no va más allá de una circularidad viciada de frustración y una trágica permanencia. Y queda para la reflexión del público el hecho de que, aunque la obra evidentemente es una amplificación, no son pocas las relaciones humanas que presentan, a la vista de todos, muchos de los síntomas patológicos que aquí se reflejan.  Germán A. Serain

Miércoles a sábados a las 20.30
Domingos a las 20
Teatro Regio
Av. Córdoba 6056 – Cap.
(011) 4772-3350

complejoteatral.gob.ar

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