Aún es frecuente la creencia de que lo artístico es un don exclusivo de seres «especiales», personajes extravagantes que sumidos en vidas hedonistas viven del deleite de recrear su propia imagen a través del arte. Este prejuicio de fantasía dista mucho de lo que realmente sucede y no se necesita tener una pizca de artista para darse cuenta de ello. Pero ¿qué pasa cuando el artista se ve confrontado por la escasez, la impotencia y la imposibilidad de abrirse paso creativamente? ¿Qué pasa cuando la vida real petrifica la necesidad de crear que nos habita, no solo como artistas, sino como seres humanos?
La Jácara Mojiganga, compañía liderada por el dramaturgo colombiano Juan Carlos Mazo, pone en escena una pieza de teatro musical escrita y dirigida por él mismo: Catatonia, los goces y las impotencias de un grupo de artistas al borde del fracaso. Sin embargo, esta marginalidad no es tratada como un drama lastimero más dentro de la historia del arte y sus frustraciones. Mazo ha vertido en su texto las pasiones que hierven en el camerino de un circo popular y ha construido -en clave de cabaret y mordazmente- un universo de colores y risas llevado hasta las últimas consecuencias. Para ello ha creado a Marlon, Solange y Arturo; tres cirqueros comandados por la patrona Mariela y asistidos por el utilero Samacá.
Toda la energía contenida en los sueños desesperanzados de estos seres es expresada con humor negro; en este equipo de artistas del hambre hay una especie de resiliencia para afrontar sus precarias condiciones, una fuerza cómica que se teje entre situaciones maliciosas y bromas crueles. Entre los colores de la escenografía, que son muy vivos y se niegan a apagarse, el elenco mantiene en llamas al circo.
A esto se agregan un factor psicológico -tratado a modo de suspenso- y un tinte de dulce e inquietante misterio. Detalladamente construido, tanto en la dirección como en la dramaturgia, nos da la bienvenida un espectro bufonesco, representado por Camilo Colmenares, que parecería estar hecho de los sueños rotos y la felicidad reprimida de los habitantes de este circo. La destreza corporal de Colmenares, lo exquisito de sus movimientos casi coreográficos dibujando este payaso fantasmagórico que se pasea por cada escena, logran un efecto de hechizo, no sólo para los demás personajes sino para el público.
Así, la cooperación milimétrica entre Colmenares y Gustavo Herrera en el escenario, va dando las pistas de una siniestra alianza entre el payaso hombre y el payaso espectro: vemos entonces al artista catatónico delirar con tan peligrosa exactitud que sus sueños terminarán por desbordarse sobre la vida de todos. Camilo Barajas Hernández
(hasta el 13 de junio de 2015)
Casa del Teatro Nacional
Cra. 20 #37-54 – Bogotá – Colombia
Catatonia
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