«You ain’t heard nothing yet!» (¡Aún no han oído nada!), solía decir en sus presentaciones Al Jolson. Su magnetismo era apabullante, y él sabía cómo complacer al público: era común que se hiciera extender una pasarela entre los asientos para que Jolson estuviera más en contacto con la gente que iba a verlo cantar y moverse en el escenario con un estilo único. ¿Quién fue, entonces, Al Jolson, y cuál es su legado al mundo del espectáculo?
Asa Yoelson, como se llamaba en realidad, nació en Lituania (a la sazón, perteneciente a Rusia) en mayo de 1886, en una familia judía; de su padre, que era cantor en la sinagoga, claramente heredó la aptitud vocal. Sin embargo, si hay algo por lo que más se lo recuerda es por sus personificaciones de muchacho afroamericano, caracterización que lograba pintándose el rostro de negro y usando guantes blancos. Su carrera artística abarcó los escenarios del vaudeville hasta la pantalla grande y se extendió desde los primeros años del siglo xx hasta alrededor de 1940. De Lituania vino con su familia a Nueva York; de ahí, a las tablas de Broadway, y por último a San Francisco, ciudad donde falleció en octubre de 1950.
Jolson tenía una voz inconfundible: era cálida y profunda sin ser totalmente grave, y flexible como para sostener tonos más agudos. Además de la voz, acompañaba sus canciones con movimientos exageradamente sentimentales y mucho carisma. Le dio su impronta inconfundible a temas muy populares en el público estadounidense: más de uno recordará Ma’ Blushing Rosie, Toot Toot Tootsie, My Mammy, Oh Susanna y Old Black Joe, estas dos últimas de Stephen Foster (considerado el “padre de la canción estadounidense” y autor de canciones para el género minstrel).
Por otro lado, Swanee, un tema cuya música fue compuesta nada menos que por George Gershwin cuando contaba con veinte abriles, fue, gracias a Jolson, parte de su espectáculo Sinbad. En una fiesta, Jolson escuchó a Gershwin ejecutar esa canción, y quedó tan impresionado que la incluyó en su espectáculo. El éxito fue rotundo, al punto tal que el mismo Gershwin afirmaría que “después de esto, Swanee se introdujo en los cuatro rincones de la Tierra”. Swanee es la canción con la que más se lo recuerda a Jolson; tal fue su éxito que vendió, como disco, más de dos millones de copias, y como partitura, un millón. Gracias a esto, Gershwin obtuvo el margen suficiente como para dedicarse casi exclusivamente a su tarea de componer música para teatro y cine, y Jolson logró consolidarse como el showman indiscutido en los escenarios de Broadway.
El culmen de su gloria fue su participación en El cantor de jazz, en 1927: fue el primer largometraje con sonido sincronizado -se utilizó el sistema Vitaphone, que consistía en grabar sonidos sobre un disco- y marcó la transición entre el cine mudo y el sonoro. El personaje, parcialmente inspirado en el propio Jolson, era un joven judío atrapado en el dilema de obedecer a su padre y sucederlo en su cargo como cantor de la sinagoga, o seguir su verdadera vocación: el jazz.
Jolson fue también fue la cara más famosa de lo que se conoció como blackface minstrelsy, un género teatral-musical que tuvo su momento de esplendor en Estados Unidos y en Gran Bretaña entre la mitad del siglo XIX y principios del XX. Constaba de números musicales donde actores blancos pintaban sus rostros de negro para parodiar a los negros. En sus apariciones en escena, Jolson se pintaba el rostro; pero en El cantor de jazz, se notaba que tenía puesta una máscara. Mucho se dijo sobre el supuesto racismo de Jolson. Pero en el sitio web History of Minstrelsy: from “Jump Jim Crow” to “The Jazz Singer”, se puede leer (en inglés) lo siguiente respecto de Jolson: “Sus ideas liberales en cuanto a raza y su creencia de que tanto los estadounidenses de origen africano como los de origen judío vivieron experiencias de discriminación y odio le dieron a sus presentaciones la profundidad y el sentido que faltaba en muchos artistas de blackface de raza blanca antes y después.
A diferencia de los minstrel shows de antaño, El cantor de jazz hizo notar al público que Jolson llevaba una máscara puesta. Su actuación cautivó al público de todo el país. Hasta se decía que los espectadores de raza negra lloraban durante las proyecciones”. La práctica del blackface comenzó a caer en desuso hacia los años treinta, y hoy no es vista con buenos ojos, sobre todo a partir del Movimiento por los Derechos Civiles de la década de 1960.
No obstante, han existido algunos resquemores respecto del supuesto racismo de Jolson. En una carta de lectores en el Baltimore Sun, un lector protesta contra quienes, en el marco de las polémicas por el asesinato hace unos años en Baltimore del joven afroamericano Freddie Gray, tildan a Jolson de racista: “Poner en la misma bolsa a una de las figuras más influyentes del espectáculo estadounidense es una muestra de total ignorancia. Jolson fue la figura principal de Broadway, en discos y finalmente abrió el camino a la época de las películas sonoras con El cantor de Jazz. Lejos de ser racista, Jolson era amigo de artistas negros y fomentó sus carreras. Nadie pensaba que fuera racista”.
Jolson tuvo su película biográfica en dos partes: The Jolson Story (El hombre inolvidable), de 1946, y Jolson Sings again (Canta el corazón), de 1959, ambas con la actuación de Larry Parks como Jolson, quien si bien estaba en un gran momento de su vida artística y personal, su salud le pasó factura. Un año después del estreno de Canta el corazón, el 23 de octubre de 1950, Jolson sufrió un ataque cardíaco que terminó prematuramente con su vida, a los 64 años. Sus restos descansan en un cementerio en Los Angeles, donde se erigió un monumento que lo recuerda en una de sus poses artísticas más emblemáticas: hincado en el suelo, con los brazos extendidos a ambos costados y las palmas hacia arriba, como cantando alguna de las canciones con que se lo recuerda aún hoy. Viviana Aubele
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