La generación perdida es aquella cuyos integrantes alcanzaron la mayoría de edad en tiempos de la Primera Guerra Mundial. La frase fue usada por Ernest Hemingway en Fiesta, pero es también atribuida a Gertrude Stein, que la había rescatado de un mecánico francés que, como su joven empleado no lograba reparar el auto de Stein, le espetó: “Todos ustedes son una génération perdue”. El sueño americano se había esfumado, y miles de jóvenes nacidos antes de la guerra se veían en medio de un sinsentido y sin rumbo. En este contexto llegó al mundo el 24 de julio de 1900 Zelda Sayre -quien se casaría con Scott Fitzgerald- en Montgomery, la capital del sureño estado de Alabama, en el seno de una familia acomodada y conservadora.
Minnie, la madre de Zelda, siempre vivió a la sombra de su marido, el juez Anthony Sayre, y crió seis hijas. Zelda era la menor, y la más consentida. Siempre a la búsqueda de la admiración de los jóvenes en edad de merecer, Zelda Sayre es el paradigma de las flappers, es decir, aquellas mujeres jóvenes que vivieron los tiempos de la Primera Guerra y cuya superficialidad las impulsaba a vivir cada día como si fuera el último. De hecho, al pie de su fotografía de graduación, ella escribe: “¿Por qué la vida debería ser nada más que trabajo, cuando todo lo podemos tomar prestado. Pensemos solo en el hoy y no nos preocupemos por el mañana”.
Las flappers deseaban también liberarse del yugo masculino, pero los tiempos no ayudaban. En ese entonces la sociedad estaba dominada por los hombres, y algunos derechos, como el sufragio femenino, estaban empezando a asomar tímidamente en el escenario mundial. Para su afamado esposo, el escritor Francis Scott Fitzgerald, Zelda era “la primera flapper estadounidense”, y de hecho este tipo de personaje está retratado en su novela This Side of Paradise. Las flappers vestían de modo que las prendas no resaltaran en demasía sus rasgos femeninos, usaban el cabello corto, fumaban, bebían y manejaban. Para la época era todo un signo de rebeldía.
Al fin y al cabo, todo esto se trataba de algo ilusorio, pues las mujeres seguían dependiendo de, por lo menos, sus maridos. Zelda no fue la excepción: dependía de Scott en todo sentido. La relación tumultuosa del matrimonio fue marca registrada para ambos, y hubo quienes le achacaban a ella el hecho de que Scott Fitzgerald no terminara de levantar vuelo como escritor. Uno de ellos fue Ernest Hemingway, amigo de Scott, detestado por Zelda, y luego objeto del resentimiento de Scott por el éxito del autor de Por quién doblan las campanas.
Así y todo, en 1932, Zelda había logrado escribir y publicar su única novela, Resérvame el vals (título en inglés, Save Me The Waltz), una narración autobiográfica a través de Alabama, el alter ego de Zelda en la novela. Como dato de interés, Zelda escribió la novela en dos meses, durante su internación en una clínica psiquiátrica de Baltimore. La novela obtuvo una fría crítica, y para colmo, a Scott le molestó que ella se hubiera animado a escribir y, además, publicar algo. A la par que el mundo caía vertiginosamente a una crisis inédita, ella también caía en su propio abismo, del que no pudo salir; encierro que trágicamente acabó prematuramente con su vida, el 10 de marzo de 1948, cuando se incendió el neuropsiquiátrico donde estaba internada.
De Zelda subsiste un cuento, The Iceberg, que escribió cuando tenía 17 años, mucho antes de que conociera a Scott Fitzgerald. En ese cuento, Zelda narra la vida de una joven de su misma clase social que rompe con los mandatos familiares y se convierte en mecanógrafa para poder hacerse de un medio de vida y así insertarse en el mundo de los negocios. Paradójicamente, su personaje termina enamorándose de un señor adinerado, y él de ella. En cierto modo se vuelve al patrón que las jóvenes de Alabama tenían en mente para su futuro. Si bien es cierto que el cuento acusa algunas cuestiones propias de la juventud e inexperiencia de la autora, se puede llegar a atisbar que Zelda tenía condiciones para escribir: una prosa fluida, un buen manejo del vocabulario. Este breve y cándido cuento generó la admiración de Eleanor Lanahan, la nieta de Zelda y Scott: “¿Quién sabía que Zelda escribía cuentos antes de que Scott llegara a su vida? ¿Quién sabía que le daría a una muchacha trabajadora el mejor de los finales? (…) Es una historia realmente fascinante, sobre Zelda, el sur y las esperanzas de las mujeres alrededor de 1917”.
El cuento tiene final del tipo “…y comieron perdices”. Irónicamente, el devenir y el final de la historia de Zelda Sayre y Scott Fitzgerald estuvieron lejos de parecerse al de los cuentos de hadas. Alcohol, celos mutuos, peleas, abandonos, una hija, “Scottie”, que vivió como pudo en medio de una familia tan disfuncional, infidelidades, y frustraciones de ambos.
Pese a todo, Zelda Sayre es una figura que merece ser rescatada del olvido. Aunque fue emblema de las flappers, era ilustrada, admiraba a William Faulkner, pintaba (logró exponer algunas de sus obras en vida), bailaba y poseía un talento literario que, de no haberle tocado las circunstancias que le tocaron vivir, la hubiese puesto al mismo nivel que a su esposo y quizás más. Lamentablemente, a Zelda le tocó florecer en una época tan compleja y perturbada como ella misma. Viviana Aubele
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