Un domingo – Intérpretes: Juan Carlos Fernández, Sofia Galliano, Gabriela Parigi, Tomás Sokolowicz, Florencia Valeri, Tato Villanueva – Vestuario: Celina Santana – Iluminación y Dirección: Florent Bergal
Desde el teatro existen innumerables cuestionamientos a la institución de la familia, algunos más holgados en traducir el pulso de los lazos de sangre a lo cotidiano; otros más rugosos, que nos traen retratos en los que se nos va revelando lo claro y lo oscuro presente en cualquier hogar. Entre todas esas posibilidades aparece Un domingo, jugoso fruto de creación colectiva del Proyecto Migra. Allí la familia parece haber sido deconstruida gesto por gesto, para luego ser vuelta a recomponer desde una gracia subversiva que no abandona nunca la puesta en escena.
Un domingo transcurre en un hogar lujoso, especie de escenario voluptuoso para una familia de pretensiones burguesas. Todo muy limpio y bien dispuesto, pero una vez iniciada la obra cada uno de los miembros de casa nos irá mostrando que la comodidad puede ser la más riesgosa de las trampas -no hablo acá metafóricamente-, porque en este riesgo es donde precisamente surgen las más extravagantes y precisas acrobacias y malabares.
Sorpresa tras sorpresa vamos descubriendo los usos más insospechados de una vajilla de plata; asistimos a una mesa de comedor hecha la más hilarante batalla campal. En cada una de esas pequeñas subversiones al orden doméstico, hechas para detonar carcajadas, vamos desmitificando el artificio de la familia “normal” a la que todos, de un modo u otro, hemos sido llamados. Lo que va quedando es una desnudez de las relaciones familiares, que va conmoviendo y creando un clima un poco dulce e incluso nostálgico.
La risa va abriendo paso a la fragilidad, la necedad, e incluso a cierta torpeza de la que nadie puede librarse a la hora de acercarse a un ser querido. Como proceso de creación colectiva, Un domingo me resultó orgánico y sólido, el ensamble es limpio en todas las dinámicas que nos plantea, cada movimiento, cada apuesta, cada actor, contribuyen a que la magia permanezca de inicio a fin.
Resalto a Tato Villanueva en su representación de jefe de hogar. Explota la megalomanía de un padre despótico, tan delirante y sutil en cada una de sus apariciones. Es toda una descarga eléctrica que hace del autoritarismo una fiebre de la cual nadie sale ileso: no se puede dejar de carcajear ante tanta grandeza.
Podría intentar retratar a los demás personajes, pero es justo que el encuentro con su presencia sea vivo y lleno de gracia. Es una de las vías maravillosas que tiene lo circense y que Florent Bergal y el Proyecto Migra están transitando con resolución. Es que el circo nos devuelve a un encuentro afectuoso con el presente. Camilo Barajas Hernández
Se dio hasta fin 2019
El galpón de Guevara
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