The turn of the screw – Elenco: Nicholas Waits, Sarah Tynan, Heather Shipp, Eleanor Dennis, Jennifer Clark, Tim Gasiorek – Dirección: Alessandro Talevi – Orch. of Opera North, Dir.: Leo McFall – Libreto: Myfanwy Piper – Música: Benjamin Britten
Benjamin Britten (1913-1976) supo por primera vez de qué se trataba The Turn of the Screw (Otra vuelta de tuerca) cuando, a los 18 años, escuchó una adaptación radiofónica de la novella de Henry James. Muchos años más tarde acordó con su libretista, Myfanwy Piper, hacer una adaptación operística para un encargo de la Bienal de Venecia. A tal punto le había fascinado el asunto. La ópera se estrenó en 1954 en Venecia y es, junto con Peter Grimes, una de las óperas de Britten que más se ha representado.
Toda la ambigüedad que Henry James se propuso plasmar en la obra se aprecia también en esta puesta. Porque si bien la disposición de la escenografía y el juego de colores pueden ajustarse a los requisitos de una novela gótica, no dejan de evocar en el espectador esas típicas casas inglesas de campo de gente adinerada donde todo parece transcurrir en medio de una bucólica placidez.
Pero, muy por el contrario, la acción se desarrolla totalmente en lo que sería el cuarto donde la institutriz (Sarah Tynan) conocería el infierno de un pasado poco claro de esa casa. Allí hay una cama con dosel que ocupa el centro del escenario y que dejará entender solapadamente que acaso los fantasmas de Peter Quint (Nicholas Waits) y de la señorita Jessel (colosal Eleanor Denis) son producto de alguna ensoñación de la institutriz.
Un enorme ventanal ladeado será por donde el maldito ex valet atormentará a la Institutriz y ejercerá su influencia sobre Miles (Tim Gasiorek), mientras que la inquietantemente diabólica señorita Jessel dominará a Flora (Jennifer Clark) desde los doseles de la cama y el escritorio de la institutriz. La inclusión de marionetas que Flora maneja desde lo alto del dosel aporta a la sensación de dominación, aunque la ambigüedad aquí planteada nos deja la cruel duda, como durante toda la obra, de quién maneja a quién.
También está muy bien logrado el desarrollo del personaje de la institutriz: la soprano Tynan, estupenda, contundente, es inicialmente una joven inexperta en cuestiones que van más allá de la decencia, y poco a poco va dando señales de un posible estado mental alterado y de su trágica pérdida de la inocencia. Tim Gasiorek es el ambivalente Miles cuyo Malo estremece a cualquiera que quiera escucharlo y que padece la presión dual de Quint y la institutriz. A propósito de Peter Quint, tanto la personificación (cabello pelirrojo, atuendo al tono) como el tenor -impresionante Nicholas Waits en un papel altamente exigido en lo vocal- generan el mismo horror que James se propone en su obra.
Como para aliviar un poco la tensión que se vive de principio a fin, la señora Grose aporta su dote de candidez y de cualidad de madraza, con una Heather Shipp fabulosa: es imposible que estas dos angelicales criaturas, que estudian latín y cantan nursery rhymes (Lavender’s Blue, o Tom, Tom, the Piper’s son) sean en realidad seres malignos y bajo la esfera de dominación de dos pervertidos como se supone fueron Quint y Jessel.
Esta puesta se transmitió en vivo el 21 de febrero de 2020 y a partir de esa fecha estaría disponible por seis meses, es decir hasta agosto. Vale la pena verla y escucharla; vale la pena poner todos los sentidos en esta colosal producción de Opera North. Viviana Aubele
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