PRESERVATIVOS OBLIGADOS

Ridículas ordenanzas municipales obligan a comprar máquinas expendedoras

Que una ordenanza municipal obligue a mantener la limpieza de baños públicos y uno pueda encontrar jabón y toallas no está mal. Pero ¿porqué obligan a colocar una máquina expendedora de preservativos, si los espectadores de un teatro no van a tener sexo en el baño de ese lugar?  Si tuvieran un apuro, la lógica indica acercarse a la farmacia o kiosco más próximos y adquirirlo allí. Claro que si yo considero que es un negocio vender preservativos dentro del baño, tendré la libertad de colocar una máquina expendedora, pero… ¿que me obliguen a ello? Es un disparate.

El artefacto, que aparece en la fotografía junto al cartel de protesta, está en Apacheta, uno de los tantos teatros off que apenas pueden subsistir con el magro precio de las entradas, y encima tienen que oblar una suma onerosa para cumplir una reglamentación municipal. Y la máquina cuesta muuuucho dinero… ¿de quién es el negocio?

No solo salas teatrales sino restaurantes tienen la obligación de vender preservativos. Algunos -como La Cabaña- han optado por obedecer la ridícula normativa con la colocación de un cuadrito -fijarse en la foto- en vez de la maquinita. Martin Wullich

A modo de lógica protesta, la gente de Apacheta, colocó sobre el expendedor, el siguiente texto:

«Este ridículo objeto es fruto de una exigencia municipal. De no tenerlo, el espacio es sancionado con costosas multas. Miles de espacios públicos no lo tienen, pero las coimas evitan las multas. Esta máquina tuvo un costo de $ 300.- Para recuperar su valor, tendríamos que vender 300 preservativos. $ 300 representan para esta sala una gran erogación necesaria para miles de cosas que aún no tenemos pero por las que ningún funcionario se preocuparía. ¿Será solidaridad entre forros? Adherimos a toda medida de salud y prevención, pero inscriptas en políticas racionales. Sirva entonces esta máquina como monumento de protesta a la ineficacia de quienes nos gobiernan y como modo de compartir el dolor de tener que aceptar esta arbitrariedad a riesgo de ser inhabilitados».

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