Las páginas de Playlist –el libro del ensayista y musicólogo Esteban Buch– incluyen en sus páginas una buena cantidad de playlist -estas sí, propiamente dichas- que, a través del instantáneo escaneo de un código QR -maravillas de la postmodernidad digital-, plantean la posibilidad de ser utilizadas como una ilustración sonora, para acompañar la lectura, como un modo de descubrir nuevas músicas, o incluso para recurrir a ellas en momentos de intimidad, que podrán ser individuales, compartidos en pareja o como cada quien prefiera.
Porque de música se trata, y de algo más. Como bien lo explica el texto de contratapa, este libro encuentra su punto de partida en un par de preguntas de planteo sencillo: ¿Qué papel tiene la música en la vida sexual de las personas? ¿Cuáles son las representaciones de la sexualidad en las obras musicales clásicas y populares? ¿Qué consecuencias tienen, sobre la insistente presencia del sexo y el amor en la historia de la música, su devenir comercial y su digitalización? Interesantes preguntas. Su planteo es sencillo, aunque puede que darles respuesta no lo sea tanto. Pero la propuesta es definitivamente divertida.
No caben dudas en cuanto a que el amor (y su contrapartida trágica: el desamor), lo mismo que el sexo (anclado en la pulsión de vida, que como contrapartida tiene el paradójico atractivo de la pulsión de muerte), tienen una presencia constante en la expresión musical. Tal vez por eso algunas religiones, en particular las que promovieron tradiciones salvajemente puritanas, han desconfiado siempre de la música, al punto de prohibirla de raíz en algunos casos, como una posible vía de tentación pecaminosa. De aquí podría derivar tal vez la misoginia que durante siglos imperó sobre la música en occidente. Como si ambos factores —música y mujer— pudieran ser sugerentes objetos de deseo.
La relación entre el sonido, lo femenino y el deseo está plasmada en la leyenda de Ulises, atado a un mástil por voluntad propia para poder enfrentar el canto de las sirenas, que en circunstancias normales conduciría a cualquier ser humano a la muerte. No parece casual que los franceses hablen de la petite morte para referirse al orgasmo. Esteban Buch hace mención de esta leyenda junto con la referencia a Anastasia Steele -protagonista de las Cincuenta sombras de Gray, de E.L. James-, que llega al clímax escuchando Spem in alium de Thomas Tallis. Mención suficiente para que, curiosidad mediante, uno busque de inmediato la pieza para escucharla.
Ya que estamos, separamos también The Great Gig in the Sky, de El lado oscuro de la luna de Pink Floyd, con el legendario vocalise de Clare Torry, que pareciera emular un climax sexual. Y también ∞ (Infinity), de Aphrodite’s Child, con Irene Papas emulando un orgasmo salvaje (“I am to come”) en ese disco doble titulado 666, prohibido durante años en muchos países (Argentina entre ellos). Añadamos otra canción prohibida: Je t’aime… moi non plus, de Serge Gainsbourg y Jane Birkin. Y sumemos algún par más, como I’m Through with Love cantada por Marilyn Monroe, o Like a Virgin de Madonna. Listo, ya tenemos una nueva playlist en conformación.
Por supuesto, para gustos colores, como afirma el dicho. Una encuesta realizada sobre las canciones preferidas por la gente a la hora de tener sexo arroja desde resultados previsibles, como Sexual Healing de Marvin Gaye, Take My Breath Away de Berlin o Unchained Melody por los Righteous Brothers, hasta opciones más dudosas, como la Obertura 1812 de Tchaikovsky o el soundtrack de la película Star Wars. Entre las músicas clásicas, más razonablemente, es el Bolero de Maurice Ravel el preferido para calentar los ánimos.
De todos modos las listas en internet se multiplican, junto con las opciones. Como elemento común a todas estas alternativas, Esteban Buch señala en su libro que desde Platón a San Agustín hay una línea cultural homogénea que advierte sobre los peligros de las tentaciones al oído, que luego repercuten en la carne. Para demostrarnos que estas ideas pueden tener sus consecuencias serias, el autor nos recuerda que en noviembre de 2015 un atentado jihadista en París acabo con la vida de 130 personas en Le Bataclan. El blanco elegido, un lugar para escuchar música y bailar, fue identificado por los terroristas como un centro de perversidad.
El sexo y el sonido se unen a menudo en el amor, la felicidad, el placer, el encuentro de cuerpos sensibles, el abandono de uno a la escucha del otro. Su alianza incita a soñar con una transmutación del tiempo, como Goethe, que hubiera querido detener el momento para disfrutarlo en toda su plenitud, o como otros que desean estirarlo para hacer durar un goce siempre demasiado breve”.
Hay un elemento en común que vincula la brevedad del sexo con la esencia de la música, que solamente perdura en tanto suena. Una reflexión sobre la fugacidad del momento, que Esteban Buch sintetiza en la mención a Goethe, nos llevaría nuevamente a la idea de lo vital y su contraparte. En el libro, además de las playlist y el detalle de las músicas preferidas por la gente para tener sexo, hay capítulos dedicados a Pasolini y la metáfora por excelencia del hombre deseante expresada en el Don Giovanni mozartiano, se habla del jazz como una máquina sexual, con presunciones teóricas que lo vinculan a la eyaculación precoz y el coitus interruptus, o del saxofón como instrumento bisexual: una madera construida de metal.
También hay un capítulo dedicado al tango, y un recorrido por los tiempos en los que las parejas escuchaban música en las radios de sus automóviles, improvisados espacios de encuentros eróticos, antes de que el disco simple de apenas tres minutos de duración diera paso al LP, con selecciones especiales aptas para el encuentro amoroso, antecedente directo de las playlist en cuestión. Fue el sello Capitol Records, de la mano de un influencer de la época llamado Jackie Gleason, quienes dieron el puntapié inicial con un disco que se tituló Music for Lovers Only.
Y hay mucho más, como un capítulo dedicado a las músicas de cine, ese campo en el cual durante décadas el sexo fue representado por sugerentes fundidos a negro y una melodía melosa en crescendo. Según Max Steiner, el autor de las músicas de films como Casablanca o Lo que el viento se llevó, el antecedente del género se encontraría en Wagner. Hay un magnífico análisis de Tristán e Isolda, así como un recorrido por distintas obras musicales alusivas al encuentro sexual, cuando no abiertamente descriptivas del mismo, como sucede con la Sonata Erotica de Erwin Schulhoff, en la cual el dadaísmo colisiona con las pretensiones wagnerianas y al mismo tiempo metaforiza el sexo como una práctica guionada, con sus propios tempos internos y todo. Una auténtica mascarada, de la que el psicoanálisis podría dar cuenta generosamente.
En resumidas cuentas, se trata de una propuesta tan interesante como divertida, que llevará al lector a recordar melodías, a tomar contacto con músicas y canciones que acaso no conocía, a reflexionar sobre funcionalidades de la música que quizás no resultaban tan evidentes, o incluso a poner en práctica algunas ideas que nos lleven más allá de lo musical, ya sea que lo hagamos solos o bien acompañados. Germán A. Serain
Playlist – Música y sexualidad
Esteban Buch
310 páginas
Fondo de Cultura Económica
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* Esteban Buch (Buenos Aires, 1963): Ensayista y musicólogo, profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Ha obtenido numerosos premios y reconocimientos, entre ellos el Prix des Muses (1999 y 2007), la beca Guggenheim (1999) y el diploma al mérito de Fundación Konex (2009). Entre sus libros se cuentan: El pintor de la Suiza argentina (1991); O juremos con gloria morir. Una historia del Himno Nacional Argentino (1994, 2013); La Novena de Beethoven. Historia política del himno europeo (2001); The Bomarzo affair. Ópera, perversión y dictadura (2003); Historia de un secreto. Sobre la Suite Lírica de Alban Berg (2008), El caso Schönberg. Nacimiento de la vanguardia musical (2010); Música, dictadura, resistencia. La Orquesta de París en Buenos Aires (2016), y La marchita, el escudo y el bombo. Una historia cultural de los emblemas del peronismo (2016, con Ezequiel Adamovsky). También es autor de libretos de óperas contemporáneas, como Richter (2003), de Mario Lorenzo, y Aliados (2013), de Sebastián Rivas.
Esteban Buch conversa con Marcelo Raffin en Canal Encuentro
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