Hay programas de concierto que son de por sí prometedores. Pero que exigen, al mismo tiempo, una calidad interpretativa especial, a fin de que los resultados sean adecuados. No defraudó en absoluto la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida en esta ocasión por el austríaco Günter Neuhold, en una nueva fecha de su temporada anual en el Centro Cultural Kirchner. El comienzo, ciertamente exquisito, tuvo como copratagonista al violinista canadiense Alexandre Da Costa, quien interpretó una subyugante lectura del Concierto Nº 1 op. 26 de Max Bruch. Compuesta en 1866, es una de las más bellas obras del repertorio concertístico romántico, y la versión ofrecida cautivó la atención del público. Los insistentes aplausos llevaron al solista a ofrecer un inesperado bis, frecuente sin embargo en la rutina del músico: una versión del tema Maniac Depression, de Jimi Hendrix, realizado con el acompañamiento en pizzicato de uno de los violoncellos de la orquesta.
Pero el número fuerte llegaría en la segunda parte, con el primero de los trabajos sinfónicos escritos por Gustav Mahler: la Sinfonía Titán, una obra que combina el pleno poderío de una gran orquesta, especialmente reforzada en la percusión y los metales, matizada por momentos de enorme delicadeza y hasta pasajes de música danzable de raigambre claramente popular. Mahler estrenó esta obra en 1889, inicialmente con la propuesta de ser un poema sinfónico, para luego modificar distintos rasgos hasta llegar a su forma definitiva. Incomprendida en su momento, comienza con un movimiento de carácter pastoral -cuyos temas volverán sobre el final- y la evolución anticipa los climas posteriores, hasta llegar al rotundo y desmesurado final.
Pero la obra también tiene momentos de maravilloso descanso poético. En su tercer movimiento hay una marcha fúnebre, de tono solemne y mesurado, contrastada con las danzas populares. El gran final, tempestuoso y particularmente temperamental, representa, dentro del programa mahleriano, el pasaje de las tinieblas a la luz, con un tema triunfante que aparece tres veces antes de alcanzar su forma definitiva, tocado por las trompas de pie -indicación del compositor- hasta que el bombo marca la conclusión última, junto con toda la orquesta, dejando al público en vilo. Si hubo desajustes en algún pasaje, ciertamente no alcanzaron a hacer mella en la contundente belleza de la obra.
En esta ocasión tuvimos oportunidad de comprobar la acústica de la Ballena Azul en el primer piso, y es realmente notable. Sin embargo, la misma sala es algo ruidosa: se escuchan en demasía los pasos del público cuando ingresa tardíamente. Esto podría solucionarse sencillamente, impidiendo el acceso una vez comenzado el concierto, como sucede en cualquier auditorio de primer nivel. El otro detalle pasa por un error de construcción: cuando alguien, por distracción, patea la baranda de metal, ubicada demasiado cerca de la primera fila, la misma se convierte en un inoportuno instrumento de percusión. A ese respecto, no quedará más remedio que tener paciencia y cuidado. Germán A. Serain
Fue el 17 de junio de 2016
Centro Cultural Kirchner
Sarmiento 151 – Cap.
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