NEW WORLD SYMPHONY, destellos en la oscuridad

La celebración del Harlem Renaissance fue un noble tributo con música y poesía

La celebración del Harlem Renaissance en la New World Symphony probó ser un noble tributo al mes de historia negra conmemorado cada febrero. A través de música y poesía, cinco días dedicados a descubrir, revelar, enseñar o recordar este extraordinario aporte cultural y humano que en primera y última instancia, definen «América» como ningún otro. La noche final, justamente llamada Victory Stride, cobró memorable ímpetu y calidad, con una audiencia diversa, atenta, en muchos casos flamante, rubricando un emprendimiento desde todo punto de vista modélico.

Bajo la experta batuta de Thomas Wilkins y la esmerada participación de Chad Goodman (en reemplazo del anunciado Michael Tilson Thomas) con impactante resultado de una orquesta entusiasta que asumió cada desafío -y conste que hubo muchos- pudiéndosela sentir “a sus anchas”.

Centrada en la efervescencia de Harlem entre 1920 y 1950, esta revaloración largamente postergada no hace mas que confirmar el amplísimo paisaje de la música académica tantas veces reducida a unos pocos compositores probados. Así como en estas últimas décadas, indómitos pioneros impusieron los valores de la Entartete Musik (la música degenerada prohibida por el Tercer Reich) o del historicismo insuflándole nuevos bríos al barroco; la literal presentación, inclusión e integración de la música de compositores afroamericanos en las salas de conciertos propone y consigue un bienvenido capítulo a desplegar.

Esas dos palabras claves, inclusión e integración, reverberaron; palabras tan parecidas, tan diferentes, y que fueron afianzándose a través de la noche; donde empezó una, terminó otra. El programa presentó obras, o extractos, raramente ejecutados; para la mayoría, absoluta novedad, iniciándose interesante para concluir deslumbrando gracias al abanico de composiciones diversas. No es casualidad la previa mención a la Entartete Musik emblemática del Berlin de la década del treinta; tanto Berlín como el Harlem neoyorquino fueron caldos de cultivo artístico que con sus destellos iluminaron sombrías realidades de años referenciales del siglo XX. Y fueron genuinos destellos los que alumbraron la noche de la NWS tanto en la sala como en el parque contiguo via Wallcast. La inclusión primera se completó con la total integración final, otro ejemplo de cómo la música es un arte que une individuos a partir de aquello intangible que, paradójicamente, se siente.

En obras puntuales que abarcaron desde 1930 a 1950 (sólo una excepción de 1960), podría decirse que se apreciaron dos vertientes, dos miradas, dos intenciones, dos disciplinas interactuando en esta corriente imaginaria de inclusión e integración. La primera mitad del concierto sugirió a compositores incorporándose a la música académica tradicional, en vivo contraste. Hacia el fin de la segunda mitad pareció prevalecer la música afroamericana reflejada, integrada en ese ámbito, resultando un nutritivo ying-yang artístico.

Estrenada por Stokowski en 1934, el último movimiento (O Le’ Me Shine, Shine Like a Morning Star) de la Negro Folk Symphony de William Dawson (1899-1990) abrió la noche con la devoción de los Spirituals que la inspiraron, seguida por la Cuarta Sinfonia (“Autóctona”) de William Grant Still (1895-1978), de fuerte raigambre americana y claras influencias de compositores como Copland, Piston o Schuman plasmando un mosaico típico del optimismo de posguerra, la obra data de 1947. Conocido como el decano de los compositores afroamericanos, en 1936 fue el primer afroamericano en dirigir la Filarmónica de Los Angeles en el Hollywood Bowl donde hoy Thomas Wilkins es director principal de su orquesta.

La primera pieza de la segunda parte, Patterns for Orchestra, también de Grant Still, en minuciosa edición de Michael Tilson Thomas. Mostró la influencia de compositores de avant-garde hacia 1960, cuando Still estudiaba con Edgar Varese. Las cinco pequeñas filigranas, exquisitas viñetas descriptivas, avanzan hacia la experimentación desde una base formal, revelan la liberación final del compositor ya en otra dimensión. Fue Chad Goodman el encargado de plasmarlas con la justeza y calidad que se le conocen como becario de dirección de la NWS. De más está afirmar que la revaloración de Florence Price (1887-1953) en el panorama musical actual es una de las mas importantes de los últimos tiempos; por eso, la  acertadísima inclusión de la exuberante Juba Dance, el scherzo de su Tercera Sinfonía (1933) marcó el punto de inflexión del programa.

Con Victory Stride de James Price Johnson(1894-1955), la noche cobró vigor inusitado, la NWS se transformó en una colosal Big-Band, tan segura, tan gozosa, que el director Thomas Wilkins, en un gesto de admirable humildad y confianza, se retiró de su puesto, sentándose como uno más de la audiencia a contemplar y disfrutar la eximia labor de los becarios. La intensidad creció con Harlem de Duke Ellington (1899-1974), poema sinfónico en soberbio arreglo de Luther Henderon y Maurice Peress, una montaña rusa de quince minutos con solos a cuál mas deslumbrante: clarinete, oboe, cinco saxos y más bronces en un torneo que dejó a la audiencia enfervorizada, con toda razón. La obra del gran caballero del jazz, y de la música americana, pareció aunar la poesía de Langston Hughes con la de Georgia Douglas Johnson impresas en el programa como vectores del ciclo: I Dream a World y Let’s build bridges here and there. El sendero está trazado y habrá más en este viaje de descubrimientos, mucho más. Enhorabuena. Sebastian Spreng

Nota Canal 10
Sitio Web New World Symphony
New World Symphony en Facebook

Vota esta nota

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación / 5. Recuento de votos:

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este contenido.

Publicado en:

Deja una respuesta