LOS SIETE PECADOS CAPITALES – EL CASTILLO DE BARBAZUL

Weill y Bartók en contraste; buena revisión de obras del siglo XX

Programa: Los siete pecados capitales, El castillo de Barbazul – * Los siete pecados capitales (Ópera y Ballet cantado en siete escenas – 1933) – Música: Kurt Weill – Texto: Bertolt Brecht – Intérpretes: Stephanie Wake-Edwards, Dominic Sedgwick, Adam Gilbert, Egor Zhuravski, Blaise Malaba, Hanna Rudd – * El castillo de Barbazul (Ópera en un acto – 1918) – Música: Béla Bartók – Libreto: Bela Balasz – Intérpretes: Károly Szemerédy, Rinat Shaham – En ambas: Régie: Sophie Hunter – Coreografía: Ann Yee – Iluminación: Jack Knowles – Videos: Nina Dunn – Orquesta: Estable del Teatro Colón – Director: Jan Latham-Koenig

El díptico en una sola noche es un formato sumamente atractivo, máxime cuando se trata de dos obras contrastantes como las elegidas para este quinto programa de la temporada de ópera del Teatro Colón. Programar títulos del siglo XX poco transitados es un acierto (lo fue también El cónsul el pasado mayo), intercalándolos con inoxidables como La bohéme, Nabucco, L’elisir d’amore, Tosca el próximo noviembre y el rescatado Los pescadores de perlas en octubre, desaparecido del repertorio del primer coliseo luego de su estreno en 1913. En esta oportunidad, Los siete pecados capitales de Kurt Weill y El castillo de Barbazul de Béla Bartók fueron ofrecidos por un mismo equipo de producción, integrante de un paquete que incluyó a cantantes, bailarines, directora de escena y director de orquesta.

Estrenada en 1933 en París bajo el rótulo de “ballet cantado”, la obra de Weill es un trabajo camarístico atravesado por danza, texto y música, impensado sin la complicidad del escritor –aquí libretista- Bertolt Brecht. Al igual que en La ópera de tres centavos, el binomio Weill-Brecht cae en un moralismo irónico y hoy algo pueril al relatar el recorrido de las dos hermanas por los siete pecados en otras tantas ciudades de los Estados Unidos. Anna y Anna, con sus personalidades espejadas, bien podrían ser dos aspectos de una sola persona: una mujer tironeada por convenciones y conveniencias, que siempre elige el buen camino que luego de tanto deambular la regresa a su pequeño hogar en Louisiana. Todo transcurre narrado al detalle por la música de Weill, plagada de sus guiños y su aire de cabaret berlinés.

Desde el punto de vista escénico, la versión mostró un sentido estético atractivo, trabajado sobre rojo, negro y blanco, con transiciones marcadas por proyecciones, mínimos desplazamientos de elementos y eficaces intervenciones lumínicas. Las marcaciones precisas de Sophie Hunter permitieron a los intérpretes abordar adecuadamente a sus personajes. No ocurrió lo mismo desde lo vocal: costó escuchar a la mezzo Stephanie Wake-Edwards y en general a todo el cuadro de cantantes, con excepción del tenor Adam Gilbert. Con muy buenos recursos técnicos y expresivos, la bailarina Hanna Rudd encarnó a la segunda Anna; el resto de los bailarines tuvo un correcto desempeño.

Pasado el intervalo, El castillo de Barbazul emergió con toda su carga de sordidez y misterio. La historia del asesino de todas sus esposas se remonta al siglo XVII, y contiene la crueldad de muchos de los ‘cuentos de hadas’ de esa época. La nueva esposa de Barbazul, Judith, insiste en abrir cada una de las puertas del castillo, descubriendo los peores secretos de su marido, lo cual no le impide seguir indagando. También aquí cabe la interpretación sobre el significado de esas puertas, como diferentes facetas de la personalidad de un hombre torturado por sus instintos y pasiones. La música de Béla Bartók es magistralmente descriptiva, crea atmósferas y traduce al pentagrama lo que no es dicho explícitamente por las voces.

Una escueta escenografía consistente en un gran disco inclinado hacia la sala y una especie de iris gigante fueron marco suficiente para lograr el clima adecuado. Todo el peso de la obra recae sobre los dos protagónicos: Judith y Barbazul, encarnados aquí por el barítono Károly Szmerédy y la mezzo Rinat Shaham, ambos de buen caudal vocal e importante presencia escénica.

En ambas obras, la Orquesta Estable del Teatro Colón tuvo una impecable labor bajo la dirección de Jan Latham-Koenig, recordado por su espléndida labor en Diálogo de carmelitas de Poulenc en 2004. Aunque no registrada en el programa de mano, fue destacable la intervención de Iván Rutkauskas como solista de piano (Weill) y celesta (Bartók), y de Felipe Delsart en órgano (Bartók).

Como comentario final, resulta necesario repensar decisiones que llevan a la contratación de cantantes extranjeros para asumir repertorios que pueden muy bien ser encarados por artistas locales. Patricia Casañas

Fue el 27 de septiembre 2022
Teatro Colón
Libertad 612 – Cap.
(011) 4378-7100
teatrocolon.org.ar
Kurt Weill en Wikipedia
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