Hay noches del Colón que tienen una luz especial, con la sala llena a la espera de lo que va a ocurrir. La de la London Symphony Orchestra fue así. Apenas los primeros integrantes de la orquesta pisaron el escenario fueron aplaudidos, del primero al último. Los aplausos continuaron sin pausa hasta que entró el primer violinista, e hicieron eclosión cuando la rizada cabellera blanca de Sir Simon Rattle se divisó caminando entre los músicos hasta llegar al podio. Y si no siguieron fue porque Rattle no titubeó en girar rápidamente, levantar su batuta y comenzar con la Sinfonía da Requiem, el op. 20 de Benjamin Britten, encargada por el gobierno japonés para homenajear al emperador Hirohito.
Desde las primeras notas, con la imponencia del sonido de los timbales, el dramatismo de las cuerdas, la precisión de los bronces y la sutileza en las arpas y la percusión, se percibió que la London Symphony Orchestra es una agrupación superior. La maravillosa definición de cada instrumento se apreció en el brillo, la fuerza y el sentido homenaje. Simon Rattle hizo gala de un exquisito manejo del volumen adecuado a cada momento.
Las trompetas que van in crescendo y los delicados diminuendos marcaron la moderna personalidad de la composición, expresada en forma sublime en sus tempos hasta el absoluto silencio de su último compás. Del mismo modo en que dirigió, Rattle agradeció con la mano en el corazón el merecidísimo aplauso ante tan digna interpretación.
La Sinfonía No. 5 de Gustav Mahler fue otro plato fuerte desde el claro llamado inicial con la repetición secuencial de las notas. El impecable manejo de la conducción de Rattle también se hizo palpable, habida cuenta de los contrastes entre forti y pianissimi.
El director de la London Symphony Orchestra se tomó su tiempo al final de cada movimiento, liberando también al público para que tosiera. Antes del Scherzo bajó del podio, tomó agua, ajustó la afinación y volvió con la melodía y el pizzicato característico del movimiento. Del mismo modo, antes de acometer la colosal interpretación del Adagietto, también pasó un pañuelo por su cara. Contenida su expresión, marcando su impronta precisa, llegó al apoteósico y glorioso final multiplicando con fidelidad el espíritu de Mahler.
En ningún momento Simon Rattle se engolosinó con los aplausos, antes bien eligió reconocer el brillo de quienes tuvieron a su cargo los exquisitos momentos solistas. Y fiel a ese estilo anunció en español “de Stravinsky, El pájaro de fuego”. Desde las casi imperceptibles notas del comienzo, junto al ave del título, todos parecíamos levantar vuelo gradualmente en una noche luminosa. Martin Wullich
Fue el 18 de mayo de 2019
Teatro Colón
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