Son graciosamente crueles. Son solas. Se ríen de sí mismas, para no llorar. Son unas desgraciadas sin remedio. Es que el remedio para el mal que sufren apenas asoma en el universo farmacológico de la época y tiene su alto costo. El loco afán del título es, quizás, el anhelo al que nunca llegarán.
El texto de Pedro Lemebel no desarrolla una historia contundente, pero muestra chispazos ocurrentes y, a través de ellos, se puede tener una aproximada idea del tan particular mundo que intenta describir, en el Chile de los años 80, con cierta superficialidad y sin mayores pretensiones. Loco afán habla de política, de discriminación, de reinantes hipocresías que la sociedad trasandina parecería no querer desterrar.
El mayor atractivo de la puesta en escena realizada por Gerardo Begérez reside en el reflejo del colorido submundo donde se mueven una serie de llamativos personajes, artistas a su manera, que muy bien representan el preparado cuarteto actoral. Se destacan Marinero Miel –sugestivamente chistoso- y Hernán Torres Castaños, quien maneja sabiamente y con gracia todos los modismos del habla chilena de clase baja.
Con llamativo vestuario, cada uno -o una- cuenta sus vicisitudes, su pasado, sus esperanzas, reflexionan sobre el porvenir y sus posibilidades al ocupar un cuerpo que no solo no les pertenece sino que además está enfermo. Y desde el comienzo le dicen adiós a la vida, siempre en musical compás.
Seduciendo como convencidas divas, desde una playa o un hospital, siempre logran esbozar una sonrisa -que tiene la triste impronta del payaso- para escapar por un instante de su lacónica y agónica vida. Martin Wullich
Se dio hasta abril 2011
Teatro La Comedia
Rodríguez Peña 1062 – Cap.
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