LA SIRENA, fogoso des-en-canto

Actriz con ímpetu, historia deshumanizada

Actúa: Monina Bonelli – Música original e intérprete: Ana Foutel – Vestuario y Escenografía: Rodrigo González Garillo – Iluminación: Julio Alejandro López –  Dramaturgia y Dirección: Luis Cano

Es posible que en el fondo de la mente masculina, en la base del cerebro reptiliano que comanda -entre otros- el instinto de superviviencia, las mujeres seamos ante todo prostitutas. Aunque también seamos cantantes, hermosas, elásticas sirenas, cazadoras, madres o asesinas. Primero putas. “El negocio es abrir las piernas” dice en un momento Nina, el personaje que interpreta Monina Bonelli.

En la obra escrita y dirigida por Luis Cano, Nina además es alcohólica. Exuberante, puta y alcohólica. Nina es un perfecto cebo de morbo. Sí. Está sola y se arrastra para entrar a un bar lleno de marineros. Cualquiera podría preguntarse por qué, para qué; la respuesta es simple: la abstinencia la está matando. Tiembla y llora sin parar. No tiene plata, entonces mendiga. Faltaba eso, Nina es puta, alcohólica, voluptuosa y pobre.

Si fuera, solamente, un cuerpo al servicio sexual, faltaría tela para escurrir el deseo por esa figura mítica, provocadora, fantasía negada, que son las sirenas para los marineros. La mujer suplica por una copa. Es pálida y con  ojos color agua, pero no tiene cola de pez, ni forma de pájaro, como aparecen ilustradas en cerámica y pintura antigua las que Ulises enfrentó, atado al mástil, más parecidas a las arpías. Nina tiene dos piernas marcadas con cicatrices de cortaduras que se hizo contra las piedras (notable trabajo de maquillaje de Cecilia Mendi y Beatriz Andiloro).

No basta con verla, las sirenas son famosas por su voz y ellos quieren oírla. Si quiere alcohol primero debe contarles una historia, entonces aprovecha la melodía triste de un pianista que todo el tiempo le da la espalda (Ana Foutel disfrazada de hombre) y canta. La platea se divide en hombres, sentados arriba, y mujeres más cerca, al borde del banquillo giratorio e incómodo desde el cual Nina pretende seducirlos; y a nosotras, con susurros, hacernos cómplices. Bonelli aprovecha su amplitud de registro y lo logra.

Una, dos, tres historias para llegar al núcleo: un marinero la arrastró hasta el mar y la violó. Ella le clavó las uñas y el hombre terminó muerto. Tenía catorce años. Esta sirena es adicta, pobre, puta, violada y asesina. Con razón llora. Se arranca el pelo -literalmente se saca la peluca- y ahoga su miseria en el alcohol. La actuación, sin duda, es intensa; pero no se siente mayor conexión con la historia, ni con el personaje. Probablemente a consecuencia de la acumulación, y cierta tibieza con respecto al manejo de ese empaste. ¿Llorar todo el tiempo y mostrarse tan condescendiente con los marineros? No sé si una puta con tal grado de síndrome de abstinencia hubiera suplicado tanto.

Primero enmascara el crimen con el cuento de una sirena falsa. Después revela que en efecto fue ella, pero hace énfasis en el accidente, no lo quiso matar, llora y moquea para volver a explicar que fue en defensa propia. De ahí viene la impresión del instinto reptiliano, el recorte de mente masculina: no creo que una mujer, después de matar a su violador, sienta la necesidad de hallar cómplices, ni de expurgar su culpa. Natalia Mejía

Miércoles a las 20.30
Teatro El Extranjero
Valentín Gómez 3378 – Cap.
(011) 4862-7400
www.elextranjeroteatro.com

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