La nona – Actúan: Darío Báez, Agustín Palmisano, Jorge Palmisano, Manuel Chávez, Juan Carlos González, Norberto Luis Rodríguez, Gustavo Fernández, Jorge Rafasquino, Nelson Gómez Sauco, Guillermo Palmisano, Ibrahim Abdulrahmani, Osvaldo Rocha Sotelo y Florencia Casale – Sonido: Jorge Daniel Russo – Autor: Roberto Tito Cossa – Vestuario y Dirección: Mercedes Pereyra
En Buenos Aires se exhiben actualmente más de 300 obras de teatro, fenómeno que no tiene parangón siquiera en las grandes capitales del espectáculo como New York, Londres o París. Todos los días aparece alguna sala nueva, o un espacio ad hoc en un pequeño lugar –desde un PH hasta el primer piso de una vieja casona- donde se instalan unas gradas, a veces simplemente almohadones, y se produce la magia entre el espectador y el actor. No deja de sorprender entonces que hasta en la mismísima Cárcel de Devoto se haya generado un movimiento en el que sus internos con capacidades o inquietudes histriónicas se calzan el “traje” de algún personaje y salen a escena, para beneplácito de sus compañeros, sus familiares y otros invitados especiales. Impresiona un poco la entrada, con estricto control, y el recorrido de distintos pabellones -en donde se nota la falta de presupuesto de la que adolecen todos los edificios y organismos del Estado- hasta llegar a la capilla, que parece un pequeño oasis resplandeciente.
Recibí la invitación de Mercedes Pereyra para ver nada menos que La Nona, un clásico argentino del autor Roberto (Tito) Cossa -realizada en cine, teatro y hasta un musical-, en homenaje a los 30 años de su primera representación. Esta es la historia de una familia ítalo-argentina cuya abuelita (la nona del título) conforma una metáfora de la voracidad, la codicia y la crueldad humanas. Sus ansias trogloditas la llevan a devorar cuanto encuentre a su paso, con apetito ilimitado, llevando a la familia a la ruina. Aun pergeñando las más creativas tretas para deshacerse de ella, sucumbirán en el intento. Tito Cossa no hizo otra cosa que reflejar nuestra identidad, nuestras miserias y egoísmos, nuestra falta de compromisos y nuestra estúpida viveza criolla. Y ese es el éxito de su obra, al vernos en un espejo, riendo de nosotros mismos. Por eso no pierde vigencia. Ya sentado en uno de los bancos de la capilla de la cárcel, colocados transversalmente al altar para facilitar la puesta en escena y demarcar un más confortable escenario con acceso directo a los baños “camerinos”, observo a los actores prepararse para la representación, detrás de unos improvisados biombos que harán las veces de bambalinas.
La escenografía, creada con mínimo presupuesto, es notablemente creativa. Todo elemento ha sido puesto al servicio del teatro. Al igual que el vestuario, que marcará además las características especiales e idiosincrasia de cada uno de los personajes. No hay luces, ni falta que hacen, ya que la función es a media mañana y entra a raudales la claridad del día por los enormes ventanales de esta capilla devenida espacio teatral. El sonido, con efectos especiales y música, es manejado, desde un minicomponente, por un operador al que acompaña su pequeño hijo. El clima es muy especial, se notan el esfuerzo y la energía puestos por todos para llevar a escena esta obra, de modo que los signos que marcan lo vocacional son bienvenidos. No importa que un actor cruce por detrás de escena, no hay otra manera de hacerlo; también es simpático que la obra se detenga y alguno de ellos agradezca el aplauso espontáneo que surge ante un momento cómico o dramático bien jugado, para luego continuar con la actuación. Otra curiosidad es que un mismo personaje puede ser interpretado por un actor que luego será reemplazado por otro, sin solución de continuidad. Hay ciertos guiños que hacen hincapié a la situación que viven cotidianamente, cuando se menciona a la policía o se ironizan algunos términos, a la manera de un teatro verdad, incluído el nombre del grupo: La caída.
Es muy loable que se emprendan este tipo de acciones, apuntando a la recuperación de seres humanos que, por muy diferentes motivos, han ido a parar a este Complejo Penitenciario Federal, que aloja una Escuela para Adultos, a la que pertenece este grupo de teatro. Es muy encomiable, como lo afirma su directora, Mirna Sauvage, el gran esfuerzo que es ayudar a los internos a poder conformar su proyecto de vida. Y es muy ensalzable el empeño, el ánimo, el talento y la solidaridad que a manos llenas derrama Mercedes Pereyra, directora general de la obra y alma mater de este conjunto que nos hizo reflexionar sobre nuestra idiosincrasia una vez más. Quizás algo cambie, todo grano de arena suma. Martin Wullich
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