La cenerentola, el clásico cuento de Charles Perrault, aunque con las variantes de Jacopo Ferretti musicalizadas por Gioachino Rossini, subió a escena en la exquisita versión de Sergio Renán. Del equipo también formaron parte el diseñador Gino Bogani, quien creó un vestuario dentro de una línea bastante clásica, y el escenógrafo Emilio Basaldúa que generó precisos ambientes con elocuentes detalles. Así se conformaron muy estéticos cuadros –como la bodega del palacio- en térrea paleta monocromática, coloridos jardines –estupendamente iluminados por Eli Sirlin– e interiores lujosamente deleitables.
Renán, apoyado por los creativos diseños de video de Álvaro Luna, combinó muy bien las posibilidades escenográficas del teatro con tecnología vanguardista e impuso cierta magia y guiños humorísticos sabiamente dosificados. Al libro que se abre para contar la historia, se añadió un volumen de Interpretazione de i sogni de Sigmund Freud, la proyección gigante y en vivo de las caras de los protagonistas cuando se conocen -coronados por un latente corazón escarlata-, y un espejo cuya imagen cobra vida reflejando la necesaria fantasía. Escenarios naturales amparados por una cambiante vía láctea, un colosal caballo blanco, un cuadro aun oscilante por un planeado enredo, la carroza de La cenerentola (la cenicienta) que vuela impulsada por una mariposa, el momento cinematográfico filmado con un descapotable original, y hasta el look einsteniano de Alidoro suman gracia y hechizo a esta histórica fábula.
Las parejas y atractivas voces de Marisú Pavón, Florencia Machado y Serena Malfi –la Cenicienta en cuestión- encarnaron con buenas actuaciones a las hijas de Don Magnífico, corporizado por Carlo Lepore en un logrado trabajo histriónico y vocal con estupenda emisión. El resto del elenco masculino estuvo por debajo del rendimiento esperado. Asimismo, la Orquesta y el Coro Estable del Teatro Colón han tenido mejores noches. Martin Wullich
Fue el 25 de septiembre de 2012
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Escribió Hugo Beccacece en el suplemento ADN de La Nación el viernes 5 de octubre de 2012: “Es insólito. En general cuando termina la representación de una ópera y los cantantes, el coro, el director de orquesta, el escenógrafo, el vestuarista y el régisseur , salen a saludar y a recibir los aplausos, los más celebrados son los cantantes. En las funciones de La Cenerentola , la ópera de Gioachino Rossini que se representa en el Colón, todos reciben bravos, pero cuando el director Sergio Renán pisa el escenario se oye, más que una ovación, una especie de rugido del público. Sucedió en todas las representaciones hasta ahora. Aún quedan las de hoy y del domingo. Lo que se ve justifica esa reacción. Por ejemplo, el cuadro en que la calabaza aparece volando, convertida en suntuosa carroza, y desciende para llevarse, una vez más por los aires, a la Cenicienta, recupera de modo mágico los sueños infantiles. Gaston Bachelard, el filósofo y científico francés, decía que el vuelo es para los seres humanos el símbolo de la felicidad, la liberación de la gravedad y de nuestra limitada condición. Eso explica el suspiro de alegría que se les escapa a algunos espectadores. Del mismo modo, el vestuario de Gino Bogani, que mezcla el siglo XVIII y el XIX, no sólo producía efectos de comedia, también contribuía a vencer las leyes del tiempo”.
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