Algunas veces las visitas de las orquestas internacionales que llegan hasta nuestro país nos dejan con la sensación de que, incluso siendo correctas, no tienen demasiado para aportar, más allá de la curiosidad de hacernos saber cómo suena una agrupación extranjera. Pero hay excepciones. Y vaya que la Filarmónica Estatal de Hamburgo fue una de ellas. Fundada en 1828, la agrupación hizo valer su renombre y reputación.
Magníficamente dirigida por el elegante y preciso Kent Nagano -asumió la dirección del organismo el año pasado-, el primero de los dos programas ofrecidos por el Mozarteum Argentino se inició con Don Quijote Op. 35 de Richard Strauss, algo así como un poema sinfónico concertante, que el compositor catalogó como una serie de Variaciones fantásticas sobre un tema de carácter caballeresco.
Los amantes del violoncello que residen en Buenos Aires han estado este mes de parabienes, pues a la reciente visita de Mischa Maisky, quien se lució hace pocos días, se sumó ahora la no menos impecable interpretación del francés Gautier Capuçon, correctamente secundado –o escudado, en este caso- por Naomi Seiler en viola.
En la segunda parte del primer programa, la orquesta demostró todo su potencial en una monumental interpretación de la Sinfonía Nº 1 de Johannes Brahms, un trabajo que le llevó al compositor más de dos décadas de elaboración y que injustamente fue rotulada como la décima sinfonía de Beethoven, pues la crítica musical de la época pretendió utilizarla como un ariete en contra de la renovación wagneriana. Sin embargo, a pesar de los giros que vinculan un sinfonismo con otro, la obra brahmsiana no solo tiene una identidad propia, sino que además su impronta es ciertamente colosal. La labor de la orquesta y el director colocaron este trabajo en la cima del podio que por derecho le pertenece.
En los bises, después de una ovación tan sostenida como merecida, Nagano ofreció primero parte de la música que Schubert compuso para la obra Rosamunde, Princesa de Chipre, y luego el movimiento final del Concerto Romanesque de György Ligeti, en una interpretación asombrosa, por lo precisa y vital, como para demostrar que su poderosa orquesta puede transitar con igual comodidad y presteza las aguas del romanticismo como las de los sonidos más vanguardistas del siglo XX. En resumidas cuentas, fue uno de esos conciertos que valdrá la pena recordar.
Martin Wullich tuvo ocasión de asistir la siguiente noche, en la que interpretaron la imponente Sinfonía No. 6 de Anton Bruckner, y coincidimos en la monumentalidad de la interpretación orquestal, en este caso aplicada a la creación del compositor austríaco. También calificó de subyugante la ejecución del Preludio y Muerte de Amor, de Tristán e Isolda, de Wagner. En esta función la invitada fue la mezzosoprano japonesa Mihoko Fujimura quien cantó, también del compositor alemán, los Wesendonck Lieder WWV 91. Sin embargo, Wullich la encontró poco convincente en su expresión, de voz algo forzada, sólo deleitable en momentos sutiles. Germán A. Serain
Fue el 29 de septiembre de 2016
Teatro Colón
Libertad 651 – Cap.
(011) 4378-7109
mozarteumargentino.org
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