En la enrevesada mitología griega, Zeus es el padre de los dioses, esposo de Hera y amante de muchas otras deidades, tanto masculinas como femeninas. Pero los antiguos griegos y las otras civilizaciones que le rindieron culto soslayaron este último asunto y nunca se atrevieron a bajarlo del Olimpo en donde creían que habitaba, ni a cuestionar sus modos poco ortodoxos para conducirse. A nuestra mentalidad de siglo veintiuno, que una deidad tenga amoríos con una amplia gama de candidatos de todo tipo parece hasta algo ingenuo y risible. Pero sirva este ejemplo como introducción al tema que hoy nos ocupa: la conducta de James Levine, el director de orquesta estadounidense.
De gran fama internacional, Jame Levine murió a principios de marzo pasado, a sus 77 años de edad. Una caída en el escenario en 2006 y un mal de Parkinson desmentido de movida habrían sido el principio del fin de una figura enorme en el mundo de la música clásica, de largo desempeño en instituciones de renombre mundial como la Boston Symphony Orchestra y, por supuesto, el Metropolitan Opera. Sobre su fallecimiento, tanto una como la otra publicaron sendos obituarios tratando de mantener un delicado equilibrio entre ensalzar a su otrora celebridad y remarcar algunas cuestiones de su conducta.
El sucinto obituario de la Boston Symphony elogia a Levine como “uno de los músicos más eminentemente talentosos de los siglos XX y XXI” y expresa las condolencias a su familia. También menciona los problemas de salud que lo aquejaron en los últimos años y las “acusaciones de conductas sexuales inadecuadas” que hicieron que muchas instituciones musicales -incluida la mencionada- dieran por terminada su relación laboral con Levine, o que se decidieran a no contratarlo. Por su lado, la Metropolitan Opera, que esperó hasta 2017 para empezar a cortar lazos con el director, se explayó un poco más en sus palabras, dedicando una buena parte a los logros de Levine como músico y director, y solo un par de líneas finales al porqué de su desvinculación.
James, o “Jimmy”, como lo llamaban, Levine le dio al Met un impulso y un renuevo inusitados. Y sin embargo, el final de su brillante trayectoria musical se vio empañada por su polémica conducta en lo privado. Tan lastimoso fue su final que ni siquiera se supo de su muerte en la fecha real, el 9 de marzo, sino días después, como lo indica Anthony Tommasini, crítico musical del New York Times, en su nota del 17 de marzo.
La cuestión de la conducta inapropiada de Levine no era algo nuevo, sino que se sabía desde hacía muchos años. Posiblemente, desde fines de los años sesenta. Pero no fue hasta el 2017 que las sospechas viraron hacia algo concreto. En diciembre de ese año, cuatro hombres hicieron públicas sus acusaciones de que Levine había abusado de ellos cuando eran adolescentes. El Metropolitan Opera, luego de encomendar motu proprio una investigación, determinó la veracidad de las acusaciones y despidió a quien -según Peter Gelb, gerente de la compañía- en sus 47 años de servicio tuvo un profundo impacto como nunca nadie lo había tenido en los 137 años de vida del Met.
Las acusaciones, dijimos, tomaron cuerpo hace muy poco. Pero era vox populi en el mundillo musical que algunos padres aconsejaban a sus jóvenes hijos que caían bajo la tutela pedagógica de Levine que evitaran reunirse con él a solas y que, si lo veían venir, caminaran hacia otra parte. No fueron solamente los (lógicamente) preocupados padres de los aspirantes a músicos quienes daban a entender la mala fama de Levine. Sus propios colegas lo insinuaban, como la soprano de coloratura Edda Moser, que en una entrevista a un medio alemán manifestó que Levine siempre se rodeaba de un grupo de niños de no más de doce años que lo solían esperar hasta que terminara el ensayo. Otros fueron menos eufemísticos, como el cellista Lynn Harrell, que hablaba de un “culto sexual” que Levine habría formado con jóvenes músicos, cuando ambas figuras prestaban servicios para el Cleveland Institute of Music. Harrell, fallecido en 2020, se lamentó de no haberse percatado en su momento de lo que realmente pasaba allí.
Después de tantos años transcurridos, y de que recién el tema saliera a la luz con un Levine ya mayor y enfermo y que le había dado al Met casi cinco décadas de su expertise, uno se pregunta por qué esa institución no tomó cartas en el asunto antes. Es cierto que tampoco se debe obrar de manera apresurada y que, al menos en los países que se precian de civilizados, nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Pero el punto es que aquí estaban involucrados menores de edad, y que las consecuencias de un abuso de esas características deja secuelas psicológicas imborrables.
Con todo el dolor del alma, debemos decir que Levine, enorme director de orquesta, con una vocación de servicio a la música manifestada en su larga permanencia en el Met y en los niveles alcanzados por esa institución, nos traicionó. El Metropolitan Opera cobijó a Levine durante décadas pese a los rumores y a las habladurías sobre la conducta inapropiada de este último. De hecho, también nos traicionó a nosotros, amantes de la música, y además traicionó a quienes confiaron la educación musical de sus hijos al hacer la vista gorda. En la actualidad, hay que decirlo, también traiciona a sus músicos, en plena pandemia, con su renuencia a abonarles sus salarios desde abril de 2020.
Y nos preguntamos: ¿qué hacemos con todo esto? ¿Tirar todo por la borda, o como aconsejaba el apóstol Pablo, escudriñarlo todo y retener lo bueno? ¿Debemos hurgar en nuestras casas y destruir todo material que ostente el nombre “James Levine”? ¿Deberíamos hacer lo mismo con Plácido Domingo, también señalado como culpable de conductas asaz reprobables? En el mundo de la música pop, Michael Jackson fue el rey; pero su conducta tampoco fue honrosa. Sus admiradores todavía siguen escuchando su música o viendo sus videos de baile; nada indica que vayan a hacer algo distinto. Quizás, como dice Voltaire en el final de su cuento Los dos consolados, será el tiempo el que consuele, o el que equilibre las cosas para bien o para mal. No lo sabemos. El tiempo nos lo dirá. Viviana Aubele
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