Se anuncia la visita de Ian Anderson’s Jethro Tull y uno reflexiona… Algo curioso está sucediendo en el mundo de la música, o por lo menos en el universo del rock. Poco y nada de lo que se produce en estos tiempos parece destinado a perdurar. Se diría que el objetivo está en alcanzar aquellos minutos de fama de los que hablaba Warhol, y quedarse de paso con una tajada del lucrativo show bussiness. Por otro lado, los monstruos sagrados del rock -aquellas leyendas que demostraron ser capaces de crear grandes obras en otro momento- parecen recrear una y otra vez sus mayores éxitos, sin preocuparse demasiado por el desafío de generar novedades.
Cuando todavía recordamos el tremendo éxito que tuvo Roger Waters con The Wall en River, o a Rick Wakeman presentando otra vez su Viaje al centro de la tierra, Buenos Aires se prepara para el regreso de Yes y la visita de Carl Palmer. Ejemplos sobran. El colmo son esas bandas dedicadas a rendir tributos, recreando temas de grupos que ya no existen como si fuesen ellos, redivivos. En defensa de los queridos dinosaurios, recordemos una anécdota de Wakeman. En su últimas visita a Buenos Aires, un joven de 16 años le pidió que le firmara una copia del álbum Las seis esposas de Enrique VIII (1973). Rick le preguntó qué le gustaba a un joven como él de esa vieja música. Y el muchacho le respondió: “Esta música acaso sea vieja para usted, pero yo la escuché por primera vez la semana pasada. Cuando uno escucha algo por primera vez, eso es nuevo”.
Lo cierto es que volvió a presentarse aquí el flautista, cantante y compositor Ian Anderson, alma del legendario grupo Jethro Tull. Fué en el marco de una gira destinada a celebrar los cuarenta años de su recordado disco Thick as a Brick, al frente de una excelente banda integrada por Florian Ophale, John O’Hara, David Goodier, Scott Hammond y un dinámico Ryan O’Donnell que cantó a la par de Anderson con la teatralidad que caracterizó al Jethro Tull original. El resultado fue demoledor en la recreación de Thick as a Brick, un álbum conceptual considerado el mejor de la banda, integrado por una única y extensa canción basada en un supuesto poema escrito por un personaje ficticio, un niño precoz llamado Gerald Bostock.
Extraña mezcla de flautista de Hamelin y Dorian Gray, el tiempo para Anderson parece no haber transcurrido, y desde los primeros minutos encantó al público con su magia, su música, sus gestos y su dinámica. De a ratos uno olvidaba que habían pasado cuatro décadas. Era música nueva, escuchada casi por primera vez. Los 43 minutos de duración originales de aquel memorable disco de 1972 fueron suficientes como para cerrar la primera mitad del show, que continuó con su sucesor, el reciente Thick as a Brick 2, un intento de Anderson por retomar las andanzas de Bostock, seguramente correcto, pero ya no monolítico como su antecesor.
De todos modos, el monstruo sagrado que canta, inventa historias y toca la flauta sobre una pierna sigue vivo y coleando. La magia sigue estando presente. Y la vigencia de sus éxitos es legítima, así hayan cumplido cuatro décadas de existencia. Siempre habrá alguien para quien esa música sea nueva. Los demás disfrutaremos de un viaje en el tiempo, nostálgicos empedernidos, mientras declaramos una vez más aquello de que todo tiempo pasado fue mejor. Un único detalle: imperdonable que Anderson no nos deleitara una vez más con su clásica versión de la Bourée de Bach. Germán A. Serain
Fue el 10 de Marzo de 2013
Teatro Gran Rex
Av. Corrientes 857- Cap.
Ian Anderson’s Jethro Tull en Wikipedia
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