GUSTAVO SCARAMOUCHE, sorpresivo adiós

El recuerdo para un gran artista plástico y músico que nos dejó de manera inesperada

No sé por qué se me ocurre que debió haber sido un chico, vestido a la usanza de los antiguos films italianos, quien corriendo por las calles y vociferando hacia un lado y otro, para sorpresa de los inadvertidos transeúntes, diera cuenta de la tristísima noticia: “¡Hoy ha muerto Scaramouche!… ¡Ha muerto Scaramouche!… Un Federico Fellini o un Giuseppe Tornatore hubiesen podido pintar esta escena de una manera justa.

Pero ya se sabe: lo que debería ser no suele coincidir con lo que de hecho sucede. Fue un cintillo negro, publicado en el muro de Facebook de Circe Fábrica de Arte, lo que nos hizo intuir, apenas pasada la madrugada del 13 de mayo, que algo malo había sucedido. Tardamos muy poco en descubrir quién. Y la sorpresa nos dejó atónitos y apesadumbrados.

Es que apenas unas horas atrás, en esa misma red social, Gustavo Scaramouche había publicado en su propio muro la imagen de sus nuevas láminas, ofreciéndolas a sus contactos y amigos. “Renuevo la convocatoria a que compren! A que gasten sus dinerillos!”, invitaba con su característico y eterno buen humor. ¿Cómo es posible que seamos tan frágiles?

Artista plástico, videasta, músico, nacido en el barrio de Chacarita, fanático del queso y dulce e hincha de Racing. Así se describía Gustavo a sí mismo. Podía pararse durante una hora frente a una vidriera con guitarras, aseguraba que pintaba sin sentido alguno, pero también reconocía que eso era lo que más le gustaba hacer. Declaraba a quien quisiera escucharlo el amor a su compañera -la cantante María Estela Monti-, a sus hijos, a sus amigos, y por ahí iba la vida.

También amaba la música. La de Piazzolla, Villa-Lobos, Bill Evans, Los Beatles, Cream, Led Zeppelin, tanto como la de sus innumerables amigos músicos. Podríamos mencionar algunos, como Alejandro Manzoni, Nicolás Guerschberg o Lorena Astudillo, pero estaríamos siendo injustos al omitir a decenas de otros nombres. Porque a través de su trabajo en ese espacio maravilloso que todavía continúa siendo Circe, muchísimos músicos y artistas lo conocieron y aprendieron a quererlo.

Su nombre era Gustavo Gabriel Fernández. Pero había elegido el nombre artístico de Scaramouche para identificarse en su labor de artista plástico, vinculándose así a la tradición de la commedia dell’arte. Con cierto aire bufonesco, aquel personaje, el enmascarado Scaramuccia, presumía de una alta cuna y gloriosa existencia; en tanto éste, nuestro Gustavo Scaramouche, se solazaba en mostrarnos que era posible llevar adelante una vida feliz, a pesar de todas sus dificultades. Al fin y al cabo el nombre de fantasía que había elegido se relaciona con la palabra castellana escaramuza. Y algo de eso -de feliz escaramuza- hubo siempre tanto en su vida como en su arte.

Recuerdo que hace algún tiempo vi de casualidad una publicación -otra vez Facebok- en la que alguien publicaba sorprendido la fotografía de un cuadro que había encontrado en la calle, apoyado cuidadosamente contra un árbol y, por supuesto, se había llevado a su casa. Reconocí de inmediato que se trataba de un auténtico Scaramouche. Le escribí a Gustavo, para comentarle el extraño suceso, y me dijo tranquilamente que sí, que se estaba mudando, y que había algunos cuadros que había decidido regalar de ese modo, dejando que el azar y el impulso de quien por casualidad pasara por su puerta decidieran quién le daría un nuevo lugar a esas piezas únicas.

Así era Gustavo Scaramouche. La ocasión fue propicia para que quien escribe estas líneas le pidiera que considerara el hallazgo de aquella foto en Internet también como un gesto del azar, y que separase para mí algún cuadro. Así fue como dos Scaramouche originales llegaron hasta las paredes de mi departamento. Esos cuadros me recordarán siempre al singular artista e irrepetible persona que acaba de partir.

Después, como si las casualidades no existieran, me doy cuenta de que mientras escribo estas líneas de despedida, hace justo ocho años, cuando todavía esos cuadros no habían llegado a las paredes mi casa, yo escribía en mi muro de Facebook una frase: “Somos instantes. Solamente eso”.  La realidad me demuestra que tal sentencia continúa siendo cierta. Germán A. Serain

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