Una voz narradora, la de Alexander Cleave, se adueña de Eclipse y convierte al lector en su acompañante permanente, atrapado en un largo y variopinto soliloquio que es un laberíntico paseo por su conciencia. Alex es un actor consumado, de gran renombre, y recientemente ha sufrido un colapso nervioso sobre el escenario, motivo por el cual ha decidido refugiarse en la destartalada casa donde pasó su infancia, sin mucho acuerdo de su mujer, y con una carga abultada de perplejidad respecto a lo que acaba de suceder.
En la revisión de su pasado, descripto de modo implacable, pero con una compasión abrumadora, da sentido a la pregunta que en un momento se plantea: “¿Qué es la felicidad sino una refinada forma de dolor?”. Su infancia, su matrimonio, el descubrimiento de su vocación actoral, su hija especial, todas las dimensiones en la vida de Alex se entrecruzan y superponen en una transformación signada por la belleza de la recreación. La tragedia se desmenuza y, ralentada a través de detalles menores que parecen superfluos, se apodera del relato como un estallido silenciado.
John Banville participó como invitado estrella en la última Feria del Libro celebrada en Buenos Aires. El autor irlandés ha sido comparado con Vladimir Nabokov por la crítica internacional, y en su prosa pueden oírse ecos de Samuel Beckett y James Joyce, a quienes él considera su “ejemplo para no claudicar”. Banville aspira a crear obras de arte con sus narraciones y considera al lenguaje como la invención más grande en la historia de la humanidad. Bajo su misma piel e inspiración ha creado a Benjamin Black, el seudónimo con el que presenta una saga de novelas policiales, protagonizada por el inspector Quirke.
Banville es un autor digno de conocer, y ya figura desde hace años en la lista de candidatos al Premio Nobel de Literatura, lo que sería bien merecido para alguien que tiene el don de pintar con la pluma. Vaya un párrafo de muestra:
“Qué raro, estar otra vez sobre las tablas. Solo hay un escenario; sea cual sea el local, es siempre el mismo. Lo veo como un trampolín, tiene esa elasticidad, ese rebote que marea, a veces se balancea y se comba, otras está rígido como la piel de un tambor, e igual de delgado, y debajo solo hay un vacío infinito. No hay temor parecido al que uno conoce aquí arriba. No me refiero a la angustia de equivocarse en el diálogo o de que se te despegue la peluca, esos percances importan menos de lo que el público cree. No, de lo que hablo es de un terror del yo, de dejar que una noche el yo se aleje demasiado y escape, se separe completamente y se convierta en otro, y deje atrás solo una concha parlante, un traje vacío, fantasmal, rematado por una máscara sin ojos”. Silvia Bonetti
Eclipse
John Banville
Alfaguara
242 páginas
Primeras páginas…
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