Diego Mizrahi conduce tres programas: Jam Session (Canal de la Ciudad), Mete Púa (Canal á) de bandas independientes y Puro Heavy (Canal de la Ciudad) de bandas heavy. Este año Mizrahi cumple veinte años con la televisión y lo festeja con nuevo disco Jam Session Primera Toma, que reúne varias presentaciones de su programa con grandes como Salinas, Baglietto y Patricia Sosa.
También se estará presentando con un ciclo de shows los viernes (desde fines de abril hasta fin de año) en The Cavern (Paseo La Plaza) junto a su banda Los informales. Repasamos su trayectoria en televisión, sus anhelos como músico y sus distintos discos, el que le compuso a su madre cuando estaba enferma y el que le llevó muchos años pulir hasta verlo terminado.
¿Cómo se conjugan tu carrera de Diego Mizrahi, el músico, con Diego Mizrahi, el conductor de TV?
Básicamente es lo mismo, no me desdoblo. Muchos años traté en mi terapia el tema de: “¿Yo qué soy? ¿Soy músico, o soy conductor, o soy productor, o soy empresario, o soy compositor? No, yo soy yo y toco la guitarra de la misma manera en que hago la presentación de un programa y de la misma manera que me siento en la mesa a hacer negocios con otros empresarios.
Todo parte de una base muy sólida que es la música. El ser músico, compositor, creativo me da otra visión diferente de la que puede llegar a tener un conductor de televisión, de la que puede llegar a tener una persona de la industria de la música, la que puede llegar a tener una persona empresaria que por ahí tiene un manejo más frío del espectáculo desde los números y no desde la parte creativa.
Entonces el hecho de ser músico me ayuda a muchas cosas y no me desdoblo, es decir soy el mismo en todos los ámbitos.
Fuiste pasando por distintas emisoras, distintos canales…
Sí, pero además varios programas. En nuestro estudio, en este momento, debemos tener al aire entre veinte y veinticinco programas en diferentes canales: América Sports, Canal de la Ciudad, Canal (á), Metro, Nueva Imagen… todas señales de cable. Además de generar contenidos en la productora Buenas Notas, nosotros pusimos un estudio de televisión, entonces generamos también el servicio de televisión: vienen muchas producciones y graban en nuestro estudio.
Así es como se fue armando esa bola de nieve grande que fue creciendo, creciendo y es lindo. Al principio yo sufría porque decía: “Esto me aleja de la música” y no, todo lo contrario, empecé a entender que no, que esto es gracias a la música. Gracias a mi carrera y mi formación musical y artística es que puedo hoy tener una carrera -además- empresarial con tantos programas, con una productora, con tanta gente trabajando que le ponen el pecho día a día y que es un equipo maravilloso y que todos tiran para el mismo lado. Llevó años también armar un equipo así y que decanten los que por ahí tiraban hacia otra dirección y que se queden los que se prendían en el proyecto, que también fue una depuración de años.
Fueron varias mudanzas en el medio, de una productora a una oficinita chiquitita de dos por dos, a un intermedio en Palermo Hollywood y ahora estamos en un lugar importante en Núñez: ya un edificio, con estudios, con jardines, garaje, cochera, depósitos para escenografía… un lugar grande, cómodo, que fue la sede del estudio de grabación El santito.
Antes estuviste en Metro con el programa tuyo…
El programa estuvo en Metro, en la TV Pública, Canal (á), en el Canal de la Ciudad y así fue pasando por diferentes canales.
¿Cómo fueron tus comienzos en televisión?
Al principio arranqué para una señal de Estados Unidos que se llamaba Music Country y el programa se llamaba Music Expert.
¿Eso lo hacías desde allá o desde acá?
Acá, subía por satélite a toda Latinoamérica e incluso a Estados Unidos. Después pasé a la TV Pública desde el mismo programa; después cerró y se llamó Jam Session. Después el programa se llamó Al Mango; mezclaba música con cine, también en la TV Pública. Y después hice Jam Session. Este año -2020- voy a cumplir veinte años haciendo televisión, entonces voy a hacer algún festejo en algún momento, no veinte años de Jam Session sino veinte años desde que yo lancé mi primer programa. Es decir, fue mutando, pero el programa básicamente es el mismo: música en vivo, clínica de instrumentos, invitados, zapadas… es básicamente el mismo.
Cuando convocás a los invitados, ¿tenés que preparar su repertorio?
Sí, hay que estudiar.
Debe llevar su trabajo, también interesante.
Sí, es lindo. Ahí sale el músico. Mirá, el mejor ejemplo es Primera Toma donde están Baglietto, Salinas, Patricia Sosa, JAF, Botafogo, el Mono de Kapanga, Toti de Jóvenes Pordioseros, Néstor en Bloque -que es de cumbia villera- Willy de Los Tipitos… son quince, dieciséis invitados.
Primera Toma se trata de eso, el invitado te avisa por whatsapp o por mail. Baglietto dice: “Che, hagamos Mirta de regreso y hagamos El témpano”. Y yo le digo: dale… Cada músico por su parte se escribe su partitura o se la aprende de memoria. Yo me la tengo que aprender de memoria porque no queda muy lindo conducir con una partitura adelante, entonces yo trato de apelar a la memoria musical, me aprendo el tema.
Viene el invitado, ponele viene Baglietto, diez minutos antes de grabar y decimos: “Che, ¿hacemos una pasadita?”. Lo pasamos y que sea lo que Dios quiera. “Nos encontramos a la salida” decimos nosotros, es decir empezamos a tocar y que sea lo que sea. Y eso es Primera Toma, suena muy lindo, son todas grabaciones donde se ensayó una vez y se grabó una vez, no es que hay una segunda, tercera… No, no, es lo que está ahí.
En algunos casos -como por ejemplo Botafogo o JAF o Salinas que son más improvisadores- ni siquiera una pasada previa, era ponerse de acuerdo unos minutos antes: “Bueno, hagamos una zapada en Si menor, luego vamos a Mi menor y luego a Fa sostenido séptima” y nada más, contamos cuatro y lo grabamos. Si sale bien, lo dejamos. Y generalmente sale bien, sale espontáneo, sale fresco. Esa es la idea.
Diego Mizrahi ¿Con qué asiduidad grabás los programas?
Una vez al mes. Y grabo cuatro, porque al armado demanda mucho tiempo; el armado es un día entero, la grabación es otro día entero. Nosotros lo que hacemos en ese día entero, grabamos cuatro capítulos y tenemos ya cubierto todo el mes.
En un momento viviste, estudiaste y trabajaste en Estados Unidos ¿qué recordás de esa experiencia o qué rescatás como positivo?
Mirá, yo era muy joven, quería progresar musicalmente, nunca pensé la música en términos de “Voy a triunfar”, o “Voy a tener éxito” o “La voy a pegar”. Mi único anhelo era ser buen músico, nada más, mi único deseo era tocar bien la guitarra, componer y tener una buena performance. Entonces me anoté en el Musicians Institute. Ahí era tocar, tocar, tocar, tocar… y eso es lo que yo quería. Fui a estudiar ahí y me sentía estar en Disney para mí porque respiraba música las veinticuatro horas del día. Cuando llegué allá caí bien porque estaba preparado y el anhelo era ese: tocar todo el día la guitarra y lo viví. Después empecé a extrañar, quería volver porque extrañaba a la familia, a la novia, y bueno, me volví.
Después la vida me llevó muchas veces de gira por Estados Unidos, por México, por toda Latinoamérica…, pero esa experiencia que tuve a los 24 años queda para siempre, no me la olvido más, es maravillosa.
Diego Mizrahi ¿Cómo descubriste tu faceta como cantante? En un momento no cantabas -hacías solo música instrumental- y después empezaste a cantar.
Fue un proceso lento y largo. Yo nunca canté, siempre lo mío fue la guitarra, mi fuerte sigue siendo la guitarra. Con el tiempo le empecé a perder el miedo, le empecé a faltar el respeto y empecé a animarme más, porque para mí antes era: “No, no, el cantante es el cantante. Incluso mi manera de tocar la guitarra, cómo tocaba la guitarra hasta que en definitiva dije: a la guitarra hay que maltratarla”. Es así, la música tiene que salir de adentro, tiene que ser algo visceral, algo que transmita. Y a mí me pasaba, cuando tocaba la guitarra, que la gente aplaudía y decía: “Muy bien, este pibe toca fenómeno”. Nada más. Hasta que un día llegó un momento que empecé a entender -ya desde otro lugar- y la reacción de la gente fue diferente, no volvió a ser la misma, le empezó a llegar desde otro lugar, más visceral.
El cantante es lo mismo, por lo menos en la música popular, no en la música lírica… yo no practico el bel canto, yo me dedico a la música popular. Entonces cantaba siempre algún tema en vivo y notaba que la reacción era buena, más allá de los gallos y las desafinaciones; pero notaba que a la gente le llegaba. Empecé a cantar primero un tema por show, después dos temas, después tres y después ya todo el show es cantado. Canto con onda, no canto con técnica; mi técnica es la onda.
Todo lo contrario de la guitarra, así como con la guitarra tengo técnica, tengo formación, tengo años y años de estudio, con el canto, no; estudié, voy al profe vocal, pero no es lo mismo, es más intuitivo.
¿Con quién estás estudiando?
Con Claudio Ledda, un gran maestro del canto, un fenómeno.
O sea que te seguís poniendo un poco en el lugar de estudiante; a pesar de tu experiencia, seguís aprendiendo.
¡Sí! Bueno, como cantante tengo todo un largo camino por delante. Como guitarrista también, ahora quiero empezar a tomar clases de jazz, agarrar un poco los libros. Estoy estudiando un poco jazz, estoy repasando… Yo llegué hasta un momento y estoy repasando a partir de donde llegué hace muchos años y volviendo a estudiar. Los libros no muerden, entonces siempre está bueno avanzar un poquito más.
¿Cómo te llevás con los conservatorios? Estuviste en varios.
Bárbaro, siempre me fue bárbaro. Así como en la escuela primaria y secundaria me iba para la miércoles, me iba re mal; en el conservatorio siempre me fue bárbaro, fui muy buen alumno con muy buenas notas.
Pero a la vez te rebelabas, como que no querías terminar, siempre fuiste muy inquieto, por lo que pude ver. Por ejemplo cuando surgió lo de Avellaneda, te fuiste allí porque era de música popular…
Sí, en realidad siempre tuve un espíritu muy inquieto y libre, muy libre, más allá del mandato familiar, de la parte económica, de la parte laboral que nunca le di pelota, siempre fui una persona libre, muy inquieta y cuando sentía que había alcanzado una meta decía: “Bueno, ¿qué es lo que sigue? Vamos a lo que sigue, a la siguiente instancia”. Es decir, fui al Conservatorio Manuel de Falla, cinco, seis o siete años, nunca me acuerdo. Llegó un momento donde el Municipal no me daba lo que yo estaba necesitando, entonces me fui al Nacional; en el Nacional cursé un año y dije: “No, no es por acá”. Apareció la Escuela de Música Popular de Avellaneda, que cuando arrancó fue toda una sensación porque era la primera, yo fui de la primera camada, era algo totalmente novedoso; me mandé ahí y simultáneamente cursaba el Conservatorio Nacional, iba al de Avellaneda, además tomaba clases particulares… vivía para estudiar.
Ahí empecé a descubrir otra faceta del estudio que es la armonía, la improvisación, el tango, el folklore y empecé a ir para ese lado. Después vi que la cosa se empezaba a estancar en ese Conservatorio porque había paros, había huelgas, los profesores -a veces- con el tema gremial venían desganados… Y yo dije: “Listo, yo tengo que seguir avanzando, ¿qué es lo que sigue?”. Ahí me fui a Estados Unidos. Siempre fui inquieto en ese aspecto.
Incidental-Mente me pareció algo muy lindo, muy original. Parece música para la meditación…
Fue en un momento donde mi madre estaba enferma – finalmente se fue – y la tapa del disco es un cuadro que había pintado ella, era artista plástica y usaba mucho la meditación y la cosa zen, relajación, música para relajarse. Empecé a componerle a ella y ella me decía: “Me ayuda, me estimula mucho para pintar”.
Entonces dije: “¿Por qué no hago un disco entero?”. A partir de ahí, de algunas cosas que le pasé a mi vieja -que ella la usaba de música de fondo y con eso pintaba- pensè: “Voy a hacer un disco de cero que sea música incidental pensada para cine”. Es decir, no música para una película en particular o para una situación especial; para cine, algún día alguien la va a usar de fondo, algún día algún programa… yo la hago. Entonces el disco se llama Incidental-Mente. Ahora estoy haciendo la segunda parte de Incidental-Mente, que se llama Música de Película; ya tengo más de la mitad del disco grabado.
¿Componés mucho? ¿Tenés una regularidad para componer?
No, no. Es como me va surgiendo. Pero estoy todo el día -así- con el celular, se me ocurre algo y lo grabo; después no sirve para nada, pero lo grabo; así tengo cientos y cientos…
¿Cómo fue el proceso de grabación de Delay (2018)?
Al disco lo tenía ahí esperando, lo tenía guardado, era como decir la joya, el diamante en bruto que tenía que empezar a pulir, no lo quería largar; pero tampoco me decidía, entonces estaba muy peleado conmigo mismo porque cada vez que tenía una entrevista decía: “Estoy preparando mi disco” y pasaban los años y nunca salía. Por eso se llama Delay, delay es que viene con retraso, se atrasó mucho. Pero muy contento, fue un disco que me dio al final -digamos el último proceso de cerrarlo, terminarlo y entregarlo- mucho placer, no es que lo tuve que padecer.
En una entrevista decías que la televisión a veces es un poco “quema cabeza”, pero que estando en cable y no teniendo que salir todos los días se puede tolerar…
Sí, en un momento dado me bajé, dije “Voy a parar porque ya estoy detonado”. Fue un año entero -creo que 2008- que paré porque estaba totalmente descerebrado de tanta locura. Y retomé al año siguiente, pero me costó al principio porque cuando vos soltás el pie del acelerador en este rubro, todos los autos que vienen atrás te pasan y te pasan a toda velocidad, entonces después para volver a alcanzarlos no te alcanza con poner quinta, tenés que poner sexta porque no los alcanzás. Fue lo que me pasó, yo solté el pie del acelerador en 2008; y en 2009, cuando quise volver a poner quinta, me habían quedado lejos todos. Entonces la tuve que remar y fui de a poquito recuperando posiciones.
Y hoy cuando tenés que encontrar un momento de silencio o de paz para componer o lo que sea, ¿a qué recurrís?
Escucho mucho jazz que no necesariamente es lo que yo toco, pero me relaja mucho, lo disfruto. Bastante Frank Sinatra, a veces Tony Bennett -menos-, escucho los crooners -como Jamie Cullum-, esos cantantes tipo Frank Sinatra, que tienen esa voz -así- más relax, no una voz -así- potente, rockera. Me da mucho placer.
¿De qué género musical te sentís más cerca como músico?
Principalmente del rock, pero viste que hoy decir “rock”, no se sabe…
Claro, lo de la fusión está muy en boga…
Rock, blues, jazz, fusión con el hard rock, todas las fusiones. Ahora estoy grabando un disco, otro más, con un productor que es de folklore. Es guitarra eléctrica y base folklórica; y está quedando muy lindo.
¿Te gusta el virtuosismo en la guitarra?
Lamentablemente, porque el virtuosismo no es nueve, es diez. O sea, no sirve: “Este tipo es virtuoso, nueve cincuenta”, es diez o no existís. Y eso implica toda una práctica y todo un entrenamiento que es como un deportista extremo: como el que corre maratones, pentatlones, el tipo que entrena no sé cuántas horas por día. Es lo mismo, entonces es algo que yo lo hice, lo disfruté muchos, muchos años donde tocaba mis siete, ocho horas diarias sin parar, sin descanso y lo disfrutaba mucho.
Pero pasó el tiempo -y yo no sé si porque estoy viejo, o me puse más grande, o qué sé yo- me empecé a dar cuenta de que hay vida después del virtuosismo, que no es lo único, que no está bueno ir a un recital a ver a alguien que está haciendo gimnasia, que está haciendo ejercicios. Lo empecé a entender, no obstante lo cual en mis shows tengo mis momentitos y hago esos pasajes rápidos, hago un poco de pirotecnia, que nos gusta hacer a los guitarristas, pero voy dosificando, cada vez menos, cada vez el momento de virtuosismo es menor. Es el momento para que la gente diga: “¡Ah!, no se perdió Diego, sigue ahí”, pero el show tiene otros condimentos. Hoy el show que hago es muy interactivo, todo el mundo participa, no solo los músicos sino el público es parte del show y es un show muy entretenido, es casi un show de Stand Up te diría, por eso elegimos el Paseo La Plaza. Entonces el virtuosismo quedó en anécdota, yo creo que hoy cada vez es menos la gente que quiere ver un músico virtuoso y es más la gente que quiere ir a un show a disfrutar y no a ver a alguien que haga gimnasia.
Es decir, prefiere un tema que le llegue, que lo conmueva desde otro lugar.
Claro, que te conmueva, que digas “¡Me clavé un puñal!”. Es importantísimo, yo eso no lo entendía, me llevó mucho tiempo, porque yo estaba tan enfrascado en la práctica diaria -que es buenísima y recomiendo hacerla- pero me olvidaba de otro aspecto de la música que es más importante: llegarle a la gente, que entiendan lo que querés transmitir; sea algo lindo, o algo triste, algo alegre o algo oscuro. Pero hacérselo llegar y que lo entienda.
Diego Mizrahai ¿Qué buscás a la hora de hacer covers?
Hice una versión de El violinista en el tejado, (Fiddler on the roof), totalmente esquizofrénica, totalmente deconstruida de la original, y esa fue la idea: agarrar una melodía que es popular -como Bésame mucho– y llevarla para el lado del rock, es decir para el lado de lo que soy yo como músico y como intérprete; agarrar un tema como What a feeling y llevarlo para el lado mío y no yo ir para el lado que pide la canción, no, la canción hace lo que yo pido. Entonces en ese sentido hago una reinterpretación…
What a wonderful world también, ¿cierto?
Esa canción fue el puntapié inicial. Después hice un disco de versiones -ese también salió nominado a los Premios Gardel- donde agarré temas versionados pero instrumentales, es decir temas que son cantados. Porque siempre me gustó interpretar el tema de la voz con la guitarra y decir: “Una guitarra puede cantar”.
¿Algún maestro que quieras nombrar, que te haya marcado?
Walter Malosetti. Él fue “el maestro” que me hizo conocer el jazz, que me enseñó mis primeras herramientas dentro de la improvisación, que al día de hoy sigo empleando; en cierta medida me encauzó en toda la improvisación, a pesar de que no fueron muchos años -habrán sido dos o tres- y era muy caótico él en sus clases, muy desprolijo, muy desorganizado, pero me encantaba, y me encantaba. Ir a la casa de él o a su escuela era ir a una usina de arte, una usina donde había música en todas las habitaciones, donde todos tocaban, donde estaba el hijo -Javier Malosetti- que tocaba la batería a todo volumen y respirabas música todo el día.
Él me marcó mucho, si bien después le salí mal alumno porque me fui para el lado del rock y no para el lado del jazz, pero fue una enseñanza muy fuerte. Tuve la suerte de poder invitarlo al programa a que tocara conmigo Él estaba muy orgulloso de mí, y obviamente yo de tenerlo a mi maestro, sentado ahí tocando conmigo. Fue un orgullo enorme.
¿Cuál pensás que es -hoy por hoy- el público espectador de tus programas?
Es una muy buena pregunta y muy difícil de responder. Mirá, fue mutando, fue cambiando con los años. Yo, a mi manera, fui una suerte de YouTuber hace veinte años, cuando no existía YouTube yo hacía algo que era como un influencer. Y lo que yo hacía o decía era tomado por toda la comunidad de músicos y guitarristas de toda Latinoamérica al pie de la letra, porque me seguían.
¿Hacías unos videos didácticos?
Didácticos, sí. Y eso tuvo trascendencia en todo el continente. Hoy la cosa cambió, hoy pasa por las redes sociales, por un videíto de un minuto en Instagram, es todo mucho más efímero, todo mucho más rápido… Entonces hoy definir a mi público -yo te lo puedo decir por las estadísticas que veo en Spotify– es 35-45 años, principalmente masculino.
¿El público de tus canciones o de tus programas de TV?
De mis canciones. De los programas… los chicos… ya no miran la tele; hoy el que mira la tele tiene más de 40 años. Así como antes me saludaban los pibes por la calle, hoy me saludan las señoras mayores. La gente mayor sigue viendo tele, sigue viendo a Mirtha Legrand, sigue viendo los magazines de la tarde y cada tanto alguno pega en el zapping algún programa mío. Entonces me paran muchas señoras mayores en la calle, cosa que nunca me había pasado; los últimos años son así. A los shows concurre un público -como te decía- de 35 a 45, ese es el promedio. Ahora estamos haciendo un relanzamiento de todos los contenidos de la productora con un community manager.
¿Cómo es tu trabajo hoy con la banda Los Informales?
Maravilloso. Somos Daniel Acosta en la batería, Sergio Mayorano en el bajo, Santi Gonella en los teclados y yo en la guitarra. Después de muchas idas y venidas, entré en un momento donde decidí que hay que disfrutar de todo, de las cosas mínimas, de las cosas que para uno por ahí no tienen mucha importancia. Estoy en un momento donde decidí tocar para divertirme y no estar pensando en el éxito, en la convocatoria, que es lo que más nos aqueja a los músicos hoy en día, ya que está muy difícil. Disfrutar, pasarla bien, pasar un buen momento, tocar en condiciones más o menos buenas…
Y la verdad, todo se está desarrollando con la banda de una manera muy democrática, donde si bien se llama Mizrahi y Los Informales es todo por igual, repartimos la plata todos por igual, gastamos -si hay que gastar- todos por igual, decidimos el repertorio entre todos, decidimos hacer un show -o no- entre todos.
¿Próximas presentaciones?
La banda empezó hace dos años y ahora viene una etapa muy linda que va a ser un ciclo de todo el año, a partir del 24 de abril, en el Paseo La Plaza. Ahí arriba hay un pequeño complejo que se llama The Cavern. Ahí vamos a estar todos los viernes y siempre con un repertorio que irá cambiando, además de tener bandas invitadas.
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