Diario de una crucifixión – Intérprete: Ángel Ávila – Iluminación: Humberto Hernández – Dramaturgia: Juliana Reyes – Escenografía, Coreografía y Dirección: Tino Fernández
Para ponerme un poco a tono con esta reseña elijo comenzar esta nota con una confesión. Durante algún tiempo fui al Museo Botero a contemplar los cuadros de Luis Caballero, esos enormes cuadros de carboncillo donde se levantan impetuosos los cuerpos de unos hombres; a modo de una especie de ritual yo me sentaba a observar durante largo tiempo y por momentos los cuerpos pasaban de la insinuación del movimiento a ejecutar una verdadera dinámica secreta de pasión ante mis ojos. Recuerdo haber repetido el ritual varias veces, recuerdo también que agregué un cuaderno al juego y allí llevaba un registro poético de estas sinestesias, de este espacio de comunión entre mis deseos más íntimos de ese momento y ese desconsuelo que siempre he intuido en la obra del pintor bogotano.
Me sitúo ahora en el Teatro La Factoría L’explose. Hace algunos minutos comenzó Diario de una Crucifixión. Hay un hombre en una urna de cristal. Representa una figura sacerdotal y sus movimientos transcurren cotidianos, pero debajo se intuye una danza contenida que aletea entre la túnica; leí que en la composición de este trabajo está como referencia Inocencio X, de Velázquez. Sí, así es; la danza alude al cuadro, pero en su alusión también crea nuevas metamorfosis, bien podría ser también un obispo jamás pintado por Caravaggio o incluso el anuncio de esas sacras criaturas pesadillescas muy a lo Roberto Ferri. Los movimientos repetitivos, verticales, casi sacramentales de Ángel Ávila me van llevando poco a poco por un sendero de trance, anuncian una transformación terrible. Y es que en este primer segmento de la obra sentimos la bestia asomarse por el ojo de la cerradura.
Segundo segmento. Absoluta quietud del sacerdote sobre su silla, que se revela ahora quizás trono, como diciéndonos que no está hecha para receptáculo de trascendencias sino para algo más grande, más terrenal: el poder. Y con él, sus apetitos. Poco a poco los gestos que parecían incólumes se van desplomando. Vemos el cuerpo precipitado del sacerdote desplomarse una y otra vez desde la cima de su propia solemnidad; sus ropas van también cayendo y aparece su cuerpo, que deja una primera huella de su transpiración en el piso. Los movimientos del bailarín crecen en vértigo, van de lo pequeño a lo grande, en un forcejeo entre la aspiración a lo alto y el ser impelido hacia lo bajo. En esa tensión entre cielo y tierra el deseo emerge huérfano, hirviente, apasionado; y en este punto la danza es implacablemente tensa en la radiografía que nos ofrece. El cuerpo de Ángel Ávila se somete a juegos de tensión interna como queriendo ir más allá de sus propias extremidades, de los muros de cristal de la urna.
Es fascinante ser testigo de este rapto al que se somete al bailarín, no solo porque lo sagrado y lo profano se hagan fuerzas ciegas y motivos para el movimiento, sino porque se siente allí un ejercicio de traducción de pulsiones desde lo orgánico: el diario de un deseo presentado a través del cuerpo abandonado a sus limitaciones, la restitución del erotismo en la figura emblemática del sacerdote y, quizás, su anhelo de comunión carnal en constante pugna con sus deseos espirituales. Todo está llevado hasta el borde, agudamente trazado por la dramaturgia de Juliana Reyes y capturado por la sensibilidad especial que solo un maestro como Tino Fernández podría haber constelado.
Ahora bien, ¿por qué abrí esta nota refiriéndome a mi ritual de contemplación de los cuadros de Luis Caballero? Porque en esta obra encontré una compañía de danza capaz de traducir las insinuaciones del movimiento de lo pictórico para convertirlas en una dinámica de pasiones expresadas desde el cuerpo, un cuerpo que reclama comunión con lo invisible a través del contacto truncado con lo humano. Ese erotismo incendia la carne de pasión y hace arder la imaginación en el desconsuelo. Camilo Barajas Hernández
Se dio hasta julio 2021
Teatro La Factoría L´explose
Carrera 25 # 50 – 34
Bogotá, Colombia
+(57-1) 2496492
Sitio Web L’explose
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Esta temporada de Diario de una crucifixión formó parte de la celebración de los 30 años de labores artísticas de L’explose Danza, que concluye con el unipersonal Tiresias o la razón del Ser, del 22 al 30 de julio de 2021, con la interpretación de la bailarina Ángela Cristina Bello.
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