Cristina Calderón (1928-2022) nació en la Isla Navarino, Chile, justo enfrente de otra isla, la de Tierra del Fuego, Argentina. Tuvo 7 hijos y 14 nietos. En su sangre llevaba la carga genética y cultural del pueblo yagán, también conocido como yámana, y de sus labios emanaban los vocablos de una lengua que, con su fallecimiento, se considera oficialmente extinta. Es que Cristina era la última hablante nativa de esa lengua, la última representante étnicamente pura de su pueblo.
Cristina tuvo el raro privilegio de ser considerada Tesoro Vivo de la Humanidad por el gobierno chileno y por la UNESCO. El pueblo yagán habitó las tierras más australes del mundo durante unos seis milenios. Sin embargo, la muerte de su hermana Úrsula hizo que Cristina sintiera que ya no tenía con quién hablar. Si bien con Cristina Zárraga, una de sus numerosos nietos, logró recopilar en un diccionario cuentos, vocablos y canciones yaganes, la lengua -y la cultura asociada a esta- corre el enorme riesgo de quedar en un lastimoso olvido. Zárraga escribió también un libro de anécdotas sobre su abuela.
A la fecha del fallecimiento de Cristina (e incluso después), el sitio endangeredlanguages.com describe el yagán como “en peligro crítico de extinción” y menciona a la única hablante nativa que, a la sazón, aún estaba con vida. Por su parte, el sitio ethnologue.com ubica a esta lengua en situación 8b (casi extinta). El yagán es una de las llamadas “lenguas aisladas”, es decir, lenguas que no tienen, hasta donde se conozca, vínculos genealógicos con otras lenguas vivas o muertas. En esta categoría se incluyen, por ejemplo, el vasco -una lengua prerromana que ha subsistido con el paso de los siglos-, el coreano y el mapudungun (hablado en Chile y Argentina).
El material bibliográfico de abuela y nieta no es el primero. La obra misionera de los anglicanos en la Patagonia fue un intento de llevar el Evangelio a pueblos originarios, e indirectamente un intento de poner en valor una lengua que fue quedando relegada. Y no por cuestiones intrínsecas, pues el diccionario que elaboró el misionero Thomas Bridges cuenta con la nada despreciable cifra de 32 mil vocablos. Recordemos que un hablante medianamente culto de cualquier lengua maneja unos cinco mil. El punto es que la lengua de los colonizadores fue ganando terreno, y a eso hay que sumarle una desoladora carencia de orgullo por la identidad de los yaganes.
En este sentido, en 2014, Luis Gómez, otro nieto de Cristina Calderón y jefe de la comunidad yagán de Villa Ukika, en Puerto Williams, Chile, le señalaba al diario El País (España) el temor de su comunidad de que su cultura terminara desapareciendo. Aunque Luis escuchaba a su abuela hablar con Úrsula a diario en su lengua, él no la aprendió excepto por algunas palabras sueltas. Además, los mismos miembros de la comunidad han sentido algo de vergüenza por hablar o aprender el idioma: “En el colegio estábamos estigmatizados. Gran parte de la pérdida de nuestra herencia se debe a eso”, señalaba Gómez al medio citado, aunque reconoció algo de descuido o negligencia de parte de la comunidad: “No hemos hecho demasiado por rescatar nuestro legado”.
El latín es una lengua muerta pero sigue presente en el Vaticano, aunque parezca increíble hasta en los cajeros automáticos, además de su uso dentro del contexto de la Iglesia Católica. El sánscrito pervive en lenguas que hoy se hablan en la India, aunque no existan hoy hablantes nativos de esas lenguas cuya influencia es innegable. Pero las leyes de supervivencia y el predominio del más fuerte que cunden en la naturaleza parecen aplicarse también a las lenguas.
Con la muerte de Cristina Calderón empieza a esfumarse todo un cúmulo de cultura, milenios de vida de un pueblo que habitó el sur de nuestro país y de Chile. Los ecos de las voces de millones de yaganes de todos los tiempos se van perdiendo entre las frías aguas del Canal de Beagle. Viviana Aubele
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