Cristal negro – Actúan: Maria Emilia Ladogana, Nadyn Sandrone – Vestuario: Carlos Di Pasquo – Escenografía: Gabriel Dirrheimer – Iluminación: Jorge Merzari – Música: Maia Mónaco – Autoría y dirección: Eleonora Mónaco
Es indudable que Cristal negro, gestada y dirigida por Eleonora Mónaco no es para cualquier espectador, por lo menos no para quienes buscan un teatro pasatista o no comprometido, y aun estos últimos deberán bucear en los meandros de su mente a la búsqueda de significados y significantes.
Partiendo de la premisa que dice: “escena sin decorados en la que el yo inerte es asistido por el yo que padece esa inercia, esa propiedad que poseen los cuerpos de permanecer en estado de reposo o de movimiento hasta que los saque de él una causa extraña” se adivina que lo filosófico está presente y cierto hermetismo subyace en el transcurso de la historia.
También cabe preguntarse si quien jamás ha leído poemas o cuentos de Alejandra Pizarnik, entenderá los relatos –adaptados o abreviados-, algunos de corte surrealista a los que era afecta la poetisa, sobre todo cuando estos están en un contexto que pasa de sensaciones oníricas a cortes abruptos con una realidad rayana en lo brutal y hasta en lo escatológico. Tan es así que, después de recitar juntas a Borges, afirmando aquello de “el goce de estar triste, esa vana costumbre…” una inquiere, sin muchas vueltas, ni gracia, “¿quién se cagó?” y la otra responde “yo no fui”.
En Cristal negro hay sombreros y zapatos por doquier, que repentinamente toman vuelo o se descuelgan, conforman imágenes elocuentes de lo que les pasa a estas mujeres, a la que tiene que salir, a la que será médica, a la que recibirá visitas y regalará encanto, a la que será sirviente, a la que deseará a la otra, pero también la recriminará, “¿para qué llorás, si nadie te mira?”.
Pizarnik tiene maravillosos juegos, y afirma que por amor al silencio se dicen miserables palabras. Quizás debió haber más silencios, más puros, menos palabras, para no congestionar esos destinos que se intentan alcanzar según la grabación telefónica a la que rememoran, otro guiño que aleja la poesía.
No hay nada cantado ni directo, todo es tamizado por la mente de quien escucha. Las actrices llevan algunas palabras a un tono de apropiado delirio, otras no siempre son convincentes. Hay un mayor lucimiento de Nadyne Sandron en lo actoral y expresivo, en tanto que María Emilia Ladogana subyuga más con gestos que con palabras, no siempre sentidas.
No ha sido fácil ejemplificar los textos de Alejandra Pizarnik, mucho menos llevarlos a que tengan una ilación para hablar del yo (o del superyo) que crea una vida en consecuencia. Así y todo, la idea es original, vale el esfuerzo. Martin Wullich
Se dio hasta 2010
Teatro Pata de Ganso
Zelaya 3122 – Cap.
http://teatrocristalnegro.blogspot.com
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