El avaro – Actúan: Silvina Bosco, Lisandro Fiks, Maia Francia, Antonio Grimau, Hernán Lewkowicz, Marcelo Mazzarello, Iride Mockert, Edgardo Moreira, Martín Portela, Julián Pucheta, Nelson Rueda, Mercedes Torre, Nacho Vavassori – Vestuario y Escenografía: Gonzalo Córdoba Estevez – Iluminación: Ricardo Sica – Sonido: Ivan Grigoriev – Música: Rony Keselman – Coreografía: Mecha Fernández – Dirección musical: Rony Keselman – Autoría: Molière – Adaptación y Dirección: Corina Fiorillo
Hay textos teatrales que guardan un protagonismo central en sí mismos. En otros casos, la relevancia de la obra tiene una relación más cercana con las particularidades de su representación. En el caso de Jean-Baptiste Poquelin (1622-1673), más conocido como Molière, sus textos deben ser considerados clásicos. No obstante lo cual, con el devenir del tiempo, aquello que en su momento escandalizaba a nobles y clérigos, ocasionando censuras de todo tipo por empeñarse el dramaturgo en satirizar los vicios de la corte, hoy podrían aparecer como algo pueriles. Y es aquí donde la representación marca la gran diferencia entre una trascendencia o su ausencia. En este caso, el trabajo realizado por Corina Fiorillo y el fabuloso grupo de actores y músicos por ella dirigido, ha dado un resultado sencillamente delicioso.
Señala la directora que el proceso de redescubrir un clásico como El avaro resultó para ella un ejercicio de extrema libertad, de absoluto juego y felicidad. Y todo eso se nota. Con un montaje escenográfico simple pero muy efectivo (un enorme cubo giratorio con dos niveles que hace de casa), vestuarios vistosos, músicos en escena que participan de la acción teatral, excelentes actores y un desenfado por demás respetuoso por el público y por la obra, esta puesta merecerá ser recordada además por la inefable actuación de Antonio Grimau en el rol central de Harpagón, el viejo avaro en cuestión, capaz de arruinar su propia vida y la de sus dos hijos con tal de seguir acumulando un dinero que no está dispuesto a gastar bajo ninguna circunstancia.
Pero si la elaboración del personaje principal resulta extraordinaria, lo cierto es que todo el resto del elenco aporta lo suyo a un conjunto de muy encumbrado nivel. El resto es una fantástica serie de coincidencias, ironías y malos entendidos aportados desde el texto, más una antológica colección de gags actorales y musicales, cuidadosamente preparados y a tempo giusto, que le aportan a este trabajo escrito en la segunda mitad del siglo XVII una absoluta actualidad y cercanía.
Rescatamos un par de datos del programa de mano, que aportan luz a la particular condición de Molière en el contexto de su época. Al fallecer el dramaturgo, en 1673, las autoridades eclesiásticas le negaron un entierro cristiano, apelando a una disposición que expresamente lo prohibía para “personas públicamente indignas, como excomulgados, infames, prostitutas, concubinos, usureros y comediantes”. Curioso destino el del pobre comediante, ser tenido a la misma altura que el resto de los indignos incluidos en esta lista. Finalmente, tras la intervención personal del rey, el cuerpo de Molière fue enterrado en suelo sagrado, aunque de noche y sin pompa ninguna. En su epitafio quedó escrito lo siguiente, acorde la voluntad del propio yacente: “Aquí descansa Molière, el rey de los actores: en este momento hace de muerto, y en verdad que lo hace bien”. Germán A. Serain
Se dio hasta agosto 2017
Teatro Regio
Av. Córdoba 6056 – Cap
(011) 4772-3350
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