Antes de adentrarnos en el análisis de Ami, el niño de las estrellas, de Enrique Barrios, recordemos algunos detalles de un gran libro, aunque las comparaciones sean odiosas, pero necesarias. El principito, de Antoine de Saint-Exupéry es una obra sencilla pero tierna y profunda que todos hemos leído alguna vez, y siempre nos va a decir algo más. Saint-Exupéry completó la obra con ilustraciones propias que entrañan la breve y agitada vida del autor y la añoranza por la infancia e inocencia lejanas. Fue escritor y piloto comercial antes de la Segunda Guerra, y durante esta última se unió a la fuerza aérea de su país, Francia. En los años veinte vivió en la Galería Güemes, de la calle Florida, como director de Aeroposta Argentina, empresa pionera de aviación en nuestro país. Su matrimonio con la salvadoreña Consuelo Suncin tuvo más espinas que fragancias, y posiblemente la rosa de El principito sea un símbolo. Fue huérfano de padre desde los cuatro años, y su hermano murió a los quince. Saint-Exupéry sufrió un accidente aéreo y casi muere. Nueve años más tarde, en 1944, desapareció para siempre en un vuelo por el Mediterráneo.
Un año después de la desaparición de Saint-Exupéry, nacía Enrique Barrios, quien pasó parte de su vida entre Chile, su tierra natal, y una variedad de países. Desde 2014 vive, al parecer, en España. Barrios es el autor de Ami, el niño de las estrellas, que para 2017 ya iba por su novena edición. Para el lector curioso que desea conocer más sobre el autor, la búsqueda en internet deparará más frustraciones que otra cosa. Porque parece que para la Encyclopedia Britannica, por ejemplo, Enrique Barrios no existe. Tampoco en Wikipedia hay un solo artículo sobre este escritor que, como veremos, se inscribe dentro del movimiento new age.
Sí hay en Wikipedia un artículo sobre el libro Ami, el niño de las estrellas -el primero de una trilogía- en español, italiano y, curiosamente, en latín, pero no hay una versión de este en las lenguas más tradicionales. De modo que, salvo escuetas reseñas biográficas en sus libros o en algún sitio web de las editoriales que los promocionan, es muy trabajoso enterarnos qué ha sido de la vida de este misterioso escritor, si se ganó la vida de otra manera además de publicar sus libros, o qué estudios tiene, o datos sobre su trasfondo familiar. Si Saint-Exupéry está “desaparecido en acción”, Barrios parece estarlo también.
La novela tiene un argumento poco original: Pedro, un niño huérfano de vacaciones con su abuelita en un pequeño pueblo costero, tiene un encuentro cercano con un ET a quien -debido a la imposibilidad de pronunciar el nombre en la lengua alienígena- decide llamar Ami (apócope de “amigo”). A partir de ahí, la novela abunda en un insoportable rosario de consejos y advertencias del extraño visitante que, en realidad, no se sabe si es un niño con una infancia extendida en el tiempo, o si es un adulto de medio milenio de vida encerrado en el cuerpo de un niño.
Si El principito es emblema del puer aeternus, Ami parece ser una burda copia. Además de sus consejos de cómo ser un mejor terráqueo, Ami se deleita casi socarronamente con la inocencia de “Pedrito”. Asimismo frunce un ceño veganista por las costumbres carnívoras de este último, de mencionar aquí y allá a Dios (aunque no queda claro de qué tipo de “dios” se trata) y de insistirle a Pedro que registre en un libro los pormenores de este extraño encuentro cercano de algún tipo.
Como novela, puede ser encantadora para algunos, pero resulta insoportablemente aburrida para otros. El poco original disparador es la llegada a la Tierra de una nave tripulada solamente por una entidad. Alienígena y terráqueo dan un supuesto paseo que dura solo unas horas, las suficientes para que la abuela del huerfanito Pedro duerma sin advertir la ausencia de su nieto. ¿Acaso un ataque a la institución de la familia?
Entre inacabables advertencias y suavizadas filípicas de Ami, el ET lleva a un menor de edad (sin autorización de un mayor, claro) de visita a otro planeta habitado por humanoides que gozan de una vida paradisíaca. Para desazón de Pedro, Ami resalta la expresa prohibición de que el niño pise esas tierras pues sus “microbios” pueden contaminarlas. Y por alguna razón, el planeta de origen de Ami (del cual tampoco se nos dice su nombre) está vedado para la visita de los terráqueos. El final, además de ser previsible, deja la puerta abierta (¿o debería decirse un “portal” abierto?) para un regreso del dichoso Ami.
Existen algunas controversias en cuanto al contenido de Ami, el niño de las estrellas. Una sería su valor como obra literaria. En El principito es posible ver un disparador (el encuentro del narrador con el Principito), uno o varios conflictos (el dilema del Principito con la rosa o sus charlas con la serpiente y el zorro, la angustia del narrador por la inminente partida del muchacho), y la resolución. En Ami, el niño de las estrellas casi no existe un conflicto que dispare la acción.
Además, la novela presenta ciertas inconsistencias. Por ejemplo, Ami se lo pasa afirmando que la intención de los seres más “evolucionados” no es la de interferir en la vida de los menos evolucionados. Sin embargo, utiliza la telepatía para leer lo que piensa el ingenuo Pedrito. Tampoco Ami se pone de acuerdo si la población terrestre está en un punto crítico de su “evolución”, como se lee en el capítulo 3, o si están dadas las condiciones para un “salto evolutivo”, como dice en el capítulo 12.
La novela parece más una progresión del niño desde una supuesta oscuridad espiritual hacia una pretendida iluminación promovida por el extraño alienígena. Quizás si muchos ven en Ami, el niño de las estrellas una continuidad de El principito será porque ambos libros tienen una dedicatoria a los niños (para Barrios, “de cualquier edad y de cualquier pueblo”), o a quien alguna vez fue niño (el León Werth de El Principito). Debemos decir además que el epígrafe introductorio contiene un enunciado que pretende ser un guiño cómplice entre narrador -el propio Pedro- y lector, y se propone restar importancia a lo que Pedro tiene para contarnos, como para disuadir a los incrédulos.
Pueden advertirse también problemas dentro del plano doctrinal, ya desde el inicio. Uno de los epígrafes cita tres versículos de la Biblia: Salmo 102:22, Isaías 2:4 e Isaías 65:9. El problema es que en la cita del primer versículo mencionado, deliberadamente se ha cambiado la palabra Jehová (teniendo en cuenta la versión Reina-Valera) o Señor (ejemplo, Biblia de Nuestro Pueblo) por la de Amor. Con lo cual estamos ante un problema teológico, ya que el primer y el tercer versículo entran en conflicto entre sí: ¿los servidores de quién: del Señor (Jehová) o del (dios) Amor? Es decir, servir a Dios, o adorar a uno de sus atributos y no a Dios; lo cual, para el cristianismo, sería clara idolatría.
Juan Pablo II sabría perfectamente de la advertencia divina en Apocalipsis 22:18-19 de no cambiar nada en la Palabra; algo que está en perfecta consonancia con las palabras de Jesucristo en que “ni una tilde ni una jota pasará de la ley” (Mateo 5:18). Por eso es difícil de entender que Wojtyla diera su bendición a este libro que contradice los mismos principios que su fe impulsa; y que muchas escuelas de confesión católica e incluso evangélica lo hayan incluido como material en las clases de catequesis u orientación cristiana.
Resulta curioso el concepto de “amor” que Enrique Barrios plantea en el libro; más bien es algo vago e indefinido. Pero lo que sorprende es que en uno de los capítulos, Pedro es testigo de cómo un habitante del planeta Ophir manifiesta “amar” de igual manera a más de una mujer y por extensión a todos los demás humanos, lo que genera perplejidad en nuestro pequeño humano: parece que para los “ophirenses”, la idea de fidelidad matrimonial no es la que enseña el cristianismo que el anterior papa y todo el papado dicen representar.
Pedro (¿se llamaría así por el apóstol de Jesucristo?) tiene casi trece años, un número clave para el esoterismo. De hecho, en la novela, Enrique Barrios lo hace jugar más de una vez con esta cuestión de alegar tener “casi” trece años. Además de este detalle, hay otras cuestiones que son perfectamente vinculables con los postulados de la new age: el citado vegetarianismo (o veganismo, en su versión más radical), la fraternidad entre seres humanos y entre estos y los seres de otros planetas, el ecumenismo, la idea de un Dios como energía o fuerza a diferencia del Dios personal de la tradición judeo-cristiana, la idea de solidaridad en función de la “evolución”, la sugestión y la reencarnación.
Es cierto que estamos en un país con libertad de cultos y que los seres humanos gozamos de libre albedrío. Pero el hecho de que Ami, el niño de las estrellas sea pura propaganda new age camuflada como literatura de ciencia ficción para adolescentes no parece alinearse con la supuesta honestidad pro-evolutiva de la que Ami tanto se llena la boca. La comparación con El principito no tiene entonces más asidero que un par de cuestiones sueltas, y la propuesta de Barrios en Ami, el niño de las estrellas huele muy mal. Viviana Aubele
Enrique Barrios
200 páginas
Editorial Sirio (2017)
Tematika
Ami, el niño de las estrellas en Wikipedia
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