Hace poco un artículo periodístico que tuvo bastante circulación en las redes sociales ponía en duda la unicidad del genio de Wolfgang Amadeus Mozart, señalando que también su hermana Maria Anna había sido favorecida por un talento inusual, muy a pesar de lo cual, por su condición de mujer, terminó relegada a las tareas propias de una esposa, dejando todos los laureles en manos de su igualmente prodigioso hermano. Por fortuna los tiempos han cambiado.
Alma Deutscher nació en febrero de 2005 en Basingstoke, Reino Unido, hija de una profesora de literatura y de un lingüista israelí, ambos músicos amateurs. Empezó a tocar piano a los dos años, identificando sin dificultad las notas del instrumento. Cuando cumplió tres, recibió de regalo un violín, con el que al cabo de unos meses interpretaba las sonatas más fáciles de Händel. A los cuatro años comenzó a improvisar en el piano y poco más tarde se las ingenió para anotar sus ideas musicales.
A los seis años pudo escribir su primera sonata. A los siete, una pequeña ópera titulada The Sweeper of Dreams (El barredor de sueños). Ya con nueve años de edad compuso su concierto para violín, que estrenó en 2015. A los diez años completó su primera ópera completa, Cinderella, que tuvo su estreno en Viena en 2016 con el patrocinio de Zubin Mehta. A los doce estrenó su concierto para piano. Y el listado sigue, porque Alma sigue componiendo, tocando y creciendo.
En una entrevista su padre contó que cuando Alma tenía tres años escuchó una canción de cuna de Richard Strauss y corrió hacia ellos, fascinada, para preguntarles cómo era posible que la música fuese tan bella. Esta idea la marcó hasta el día de hoy: «Mucha gente me dice que si quiero crecer tendría que componer música que refleje el mundo moderno, incluso en su fealdad. Pero no quiero hacer eso. Quiero componer música que me parezca hermosa».
A Alma Deutscher las melodías le llegan espontáneamente: «La música viene a mí cuando estoy relajada. Usualmente llega cuando estoy descansando o simplemente sentada al piano improvisando, o cuando estoy saltando con mi soga. Incluso cuando estoy haciendo otra cosa, cuando alguien me habla o estoy queriendo hacer algo, a veces escucho una melodía». Hubo un tiempo en que la soga de saltar, púrpura y dotada de poderes mágicos, fue parte clave de su proceso compositivo: «Cuando era más joven, realmente pensaba que era la cuerda la que me inspiraba. La hacía girar a mi alrededor y las melodías me aparecían en la cabeza. Ahora sé que no es la cuerda, sino el estado mental en el que entro cuando estoy saltando».
Algunas melodías también le vienen en sueños. Por eso duerme con un grabador al lado de la cama. Sin embargo, esta inspiración espontánea no debería ocultar el arduo trabajo que involucra crear una composición compleja como un concierto, donde la melodía inicial es sólo la primera parte de un proceso mucho más extenso. «Mucha gente cree que lo más difícil de componer es obtener las ideas, cuando en realidad eso simplemente viene. La parte difícil es sentarse después con esa idea, desarrollarla, combinarla con otras de manera coherente, ajustarlas y pulirlas». Cabe señalar que Alma no siguió una formación en composición y tiene mucho de autodidacta, aunque maneja a la perfección la sintaxis musical del siglo dieciocho. Sí posee un gran conocimiento de armonía, y recibe instrucción instrumental en piano y violín.
Inevitablemente, mucho de la exposición pública de Alma se centró hasta ahora en su edad y en su condición de niña prodigio. Sin embargo, ella misma se queja: «Quiero que mi música sea tomada en serio. Y a veces esto es algo difícil, porque soy sólo una niña». Una de sus últimas obras es un moderno vals que comienza imitando el bullicio de una calle concurrida y gradualmente se convierte en un romántico vals vienés. Johann Wildner, a cargo de la dirección orquestal en esa ocasión, elogia la creatividad e imaginación armónica de la joven, y advierte que no hay que celebrarla simplemente por su edad. «Ella no es buena porque sea joven. Ella es buena porque es extremadamente talentosa y ha madurado muy temprano».
También parece difícil eludir la comparación con Mozart. Pero Alma ha rechazado repetidamente esta tentación: «No quiero ser una pequeña Mozart, porque si yo estuviese componiendo lo que él ya compuso, eso sería aburrido. Yo quiero ser Alma». Y ciertamente parece ser el mejor camino posible. No repetir, ni copiar, sino lograr que esta increíble jovencita pueda desarrollar lo que ella misma tenga para decir y para ofrecerle al mundo.
Curiosamente, si Alma termina aceptando alguna comparación con Mozart, no es con Wolfgang Amadeus, sino con su hermana. Un retrato de Maria Anna Mozart cuelga en una de las paredes de la casa de Alma Deutscher. «Soy feminista y estoy muy feliz de haber nacido en este tiempo en que a una niña se le permite desarrollar su talento. Porque si hubiera nacido en el pasado, probablemente no me hubiesen permitido convertirme en compositora. Tal vez hubiese terminado siendo un ama de llaves». Por suerte para ella, y también para nosotros, no fue eso lo que sucedió. Germán A. Serain
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