Este es el baile del monito – Actúan: Eduardo Calvo y Mosquito Sancineto – Vestuario: Dolly Kent – Iluminación y Espacio: Héctor Calmet – Sonido: Iago Scippo – Texto y Dirección: Pablo Lisandro Calvo
En Este es el baile del monito, debut de Pablo Lisandro Calvo como autor y director, la sátira y el absurdo encuentran un escenario improbable: una isla distópica —una Martín García arbitraria, con ecos de Santa Elena y guiños a Roma— donde un jurista y un supuesto emperador se debaten entre el poder perdido y la soledad del exilio. La premisa es fértil, pero el vaivén de ideas, ocurrencias y referencias históricas o culturales desemboca en un texto más caótico que complejo. Allí es donde la dupla protagónica marca el pulso y rescata cada desvío con un histrionismo de enorme vigor.
Eduardo Calvo construye un emperador delirante que salta de la solemnidad académica al lunfardo militante con el descaro de quien no distingue un melómano de un megalómano, y termina atrapado en su propio vocabulario imposible. Su personaje transita entre la grandilocuencia vacía y el despotismo pueril, mientras alardea de epifanías oníricas, de genealogías patricias y de una autoridad que solo existe en su cabeza. Se mueve entre el insulto fácil —con un repertorio que va de grone y pardo a otras descalificaciones— y el intento de recuperar un mando inexistente en esa tierra que ya no lo necesita. Con el cuerpo, la mirada y una gestualidad que avanza sin respiro, Calvo compone un ser despiadado y frágil, capaz de arrancar carcajadas incluso cuando el texto zigzaguea entre excesos y desvaríos.
A su lado, Mosquito Sancineto despliega un jurista desorientado, lacayo por costumbre, atrapado en el espejismo de una autoridad que nunca tuvo. Alterna acentos imposibles —como si inventara un idioma propio para esa isla desdibujada— y transita del servilismo a la rebelión, del engaño consentido al despertar incómodo. Sancineto aporta humanidad, agudeza cómica, ritmo y escucha, y sostiene con oficio los tramos más dispersos.
El universo del autor desborda referencias: Calígula de Camus, Napoleón, Satie, Juan Díaz de Solís, el derecho romano, los departamentos en Puerto Madero, el clientelismo, la “gentuza planera”, la moral pragmática y hasta utopías de “Estados Unidos del Río de la Plata”. Los personajes bailan, prueban, arrojan piedras, buscan balsas, declaman máximas, mezclan análisis político con divagues mitológicos y coreografías absurdas. El resultado, por momentos, se acerca a una fábula dramática con humor delirante atravesada por guiños a la realidad local.
En ese exilio forzado, sin estructuras ni privilegios, los dos antiguos dueños del poder quedan expuestos a su propio vacío. La isla —ese espacio aislado y sin reglas claras— los revela a la intemperie: sin cargos, sin instituciones y sin nadie a quien imponerle nada. Allí, la sátira deja de ser burla para convertirse en un espejo incómodo.
La puesta se sostiene en la presencia de sus intérpretes, verdaderos equilibristas del grotesco, que hacen brillar la noche incluso cuando el texto se dispersa en meandros verbales. El estrafalario vestuario de Dolly Kent, la precisa iluminación y el espacio minimalista de Héctor Calmet, junto con el ingenioso diseño sonoro de Iago Scippo, acompañan con medida sutileza el caos de los protagonistas. Martin Wullich
Sábados a las 22.30
C. C. de la Cooperación
Av. Corrientes 1543 – CABA
(011) 6091-7000 int. 8313
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