ES COPIA FIEL DEL ORIGINAL, otra muerte

La delgada y borrosa línea entre originalidad y plagio

¿Lo hubiera certificado un escribano, o hubiera dado fe, con la consabida frase “Es copia fiel del original”? En tanto, la Biblia dice “Nada nuevo hay bajo el sol. ¿Hay algo de lo que se pueda decir: esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido” (Eclesiastés 1:9-19), afirmó el rey Salomón, el hombre más sabio de todos los tiempos después de Jesucristo. Y como criaturas hechas a imagen y semejanza, hemos sido dotados del magnífico privilegio de re-crear aquello que ya es y que ya era cuando llegamos al mundo.

Desde la cueva de Altamira hasta nuestros días el hombre ha transitado sus limitados días re-creando todo de cuanto pueda echar mano. Así, dice Noam Chomsky, somos capaces de elaborar una cantidad infinita de oraciones a partir de un juego limitado de reglas gramaticales. Así, el árbol lingüístico de las lenguas indoeuropeas se ramifica con el tiempo en una abrumadora diversidad de idiomas y dialectos. Así, a partir de un solo hecho o período histórico se pueden hacer novelas, cuentos, ensayos, obras de teatro, pinturas, esculturas, ballets. La lista es, volviendo a Chomsky, infinita.

Hacia fines del siglo XVIII, girondinos y jacobinos se devolvían favores, y Francia vivía una de las páginas más tristes de su historia. Robespierre sembraba el Terror, y decenas de cabezas rodaban en la guillotina. Uno de sus correligionarios fue Jean-Paul Marat, ardoroso defensor de los ideales jacobinos, al punto tal que -quien a hierro mata, a hierro muere- fue asesinado por la acérrima girondina Charlotte Corday en 1793. Un amigo íntimo de Marat, Jacques-Louis David, decidió homenajearlo, y en cuatro meses presentó su obra La mort de Marat (La muerte de Marat) a la Convención Nacional. Pese a la premura con que David la llevó a cabo, la obra es vista como su mejor y más famoso trabajo.

El devenir de los hechos históricos en ese convulsionado período francés hizo que el cuadro fuera, años más tarde, devuelto a su autor tras la ejecución del “incorruptible” Robespierre, y que resultara invendible, hasta que la familia de David le consiguió un lugar de reposo: los Museos Reales de Bellas Artes de Bruselas, donde está hoy. Como todo artista neoclásico, David trabaja con gran detalle las superficies de los objetos, y ese fino trabajo es lo que le da esa impactante textura. Baste nada más con observar aquí el realismo, por ejemplo, de la tela verde que cubre al modelo.

La mort de Marat es una obra que se inscribe en un período artístico definido (el neoclasicismo); es fruto del contexto socio-histórico de su época; nace a partir de un vínculo afectivo entre pintor y modelo, y ese vínculo se tradujo no solo en la obra, sino en el magnífico funeral que David le organizó al occiso; es el resultado de tiempo y esfuerzo invertidos en su formación como artista.

Por eso resulta poderosamente llamativo (o quizás no tanto) que un prominente artista de vanguardia como Robert Wilson tomara -o se apropiara- de esa obra y de otras para elaborar Video Portraits of Lady Gaga; es decir, una serie de videorretratos que fueron exhibidos en Londres, París (Museo del Louvre) y New York y ahora se muestran en la galería Bernier/Eliades de Atenas. Pero cada retrato ¿es copia fiel del original de cada artista?

La idea no es negar el talento del multifacético Wilson, todo lo contrario. Nada hay de malo en innovar en el plano artístico; después de todo, la tecnología nos alcanza recursos estupendos como para que el ser humano siga deleitándose y deleitándonos con arte. Como todo, a uno le puede gustar o no lo que un artista hace. Si se es conocedor del tema, se puede criticar la técnica empleada, o el uso de los colores, o lo que fuere. El asunto que suscita estas modestas líneas es ¿hasta qué punto es lícito adueñarse del talento, el esfuerzo y la originalidad que alguien volcó en una obra para crear algo “nuevo”?

La mort de Marat, como se dijo, es una obra hija de su tiempo, de la intencionalidad y el sentimiento de su autor, quien puso en juego muchas cuestiones; de esto se habló más arriba. ¿En qué condiciones, entonces, se inscribirían este videorretrato y los otros dos, prácticamente calcos de obras de Ingres y de Andrea Solari? ¿Cuál sería el porcentaje -si es que se puede medir- de la originalidad de Wilson comparada con la de los otros artistas? Vale la pena reiterar, para que quede claro, que no se están cuestionando sus virtudes artísticas. ¿Es justo tomar algo que ya fue hecho y formar algo “nuevo” (y encima, acaso, recibir emolumentos por eso, amén de fama y gloria)?

Nada nuevo hay bajo el sol, por supuesto. Todo ser humano se nutre de quienes lo preceden o de quienes transitan su mismo tiempo, su mismo contexto. Sin embargo, es justo reconocer en cada obra, en cada renglón, en cada partitura, etcétera, que hubo un artista detrás; un ser humano inmerso en su tiempo y en su realidad y que le brindó a su trabajo no solo su impronta, sino su alma. Y eso merece ser valorado y, sobre todo, respetado. Viviana Aubele

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