Afterplay – Actúan: Lidia Catalano, Miguel Moyano – Escenografía y Vestuario: Cecila Stanovnik – Iluminación: Omar Possemato – Autoría: Brian Friel – Adaptación y Dirección: Marcelo Moncarz
Solo con una significativa frase que emana de la oscuridad, el director Marcelo Moncarz –Tres viejas plumas, entre otras- impone, desde el inicio, el clima preciso que marca la acción de un incidental y llamativo encuentro de una mujer y un hombre, en un decaído bar de Moscú, en 1920. La soledad de ambos es tan impresionante que sólo se compara con la tundra. Sus intimidades aparecen durante el diálogo que denota el interés de cada uno por mitigar el dolor del otro, sin pensar en el propio. Ella habla de su tío Vania, él de sus tres hermanas. Afterplay, original idea del autor irlandés Brian Friel, convoca a personajes de obras de Anton Chejov para generar una nueva historia que no desdeña el pasado y respeta al autor ruso.
Las vidas de los protagonistas parecen no tener solución. Muchas cosas los unen, y podrían ser el uno para el otro. Pero no pueden ir contra deseos arraigados profundamente que implicarían desterrar un difícil pasado. La conversación va descubriendo, en su simpleza, todo lo que de extraordinario tiene la existencia humana. Aparecen “pequeñas ficciones” que pueden ser “malditas mentiras”, comprendidas por ella, quien se deja envolver por ese desconocido a quien encuentra fascinante, y a quien finalmente necesitará confesarle su “no verdad”. Moncarz maneja los sutiles hilos de un diálogo que habla de los sentimientos de una vida, a sabiendas de que ambos actores compondrán los personajes desde el alma, conmoviendo al espectador.
Es entonces que Lidia Catalano demuestra, con destreza, cómo una mujer atrapada por números muta en aras de un casi romance, otorgando a su figura inocencia y descreimiento por caminos paralelos, mientras es subyugada por el enigmático violinista. Miguel Moyano corporiza al músico en un trabajo actoral superlativo y merecedor de premio. Transmite su sufrimiento, pero también el ánimo y el desparpajo que lo llevan a crear fascinantes historias que hablan del espíritu sensible del artista, absolutamente convencido de que la vida debió haber sido como en sus cuentos. Moyano pone todo al servicio del personaje, sorprende y emociona con su mirada y ademanes, su elocuencia gestual, sus movimientos corporales, sumado a la prestancia natural de un pícaro aunque respetuoso caballero que no deja de agasajar a la sugestiva dama.
No importa que sea en la estación o en una fría vereda desprotegida del frío y con las estrellas como mudos testigos, él siente que toca su violín en un colosal teatro repleto de público, formando parte de una imponente orquesta que interpreta con precisión las notas marcadas por Puccini para una de sus grandes óperas. Pero el diálogo –al igual que el vodka que los ha unido- tiene un final, que llega con angustia y, sin embargo, esperanzado. Un pañuelo ha quedado. Un sentimiento ha nacido. La vida es como la música, para llegar a un allegro vivace necesita abrevar y nutrirse de energía en el más sutil pianissimo, o en un silente suspenso, tal como la sabia naturaleza lo hace con sus ciclos regulares. Martin Wullich
Afterplay
se dio durante 2010
Teatro Andamio 90
Paraná 660 – Cap.
(011) 4373-5670
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